VIAJEROS

VIAJEROS

Apenas empezaban a intuir el tamaño de su proeza: su planeta había sucumbido ante la catástrofe ecológica pero no su especie y esto último gracias a su tenacidad y a su espíritu preventivo. Era la mayor paradoja, la que aqueja a todo sobreviviente, la tristeza y desazón de ver el fin de la vida junto con la destrucción por doquier, acompasados con la simultánea alegría de enfrentar a la muerte y poder superarla.

Todo se había desencadenado en un instante, en una fracción de tiempo mínima que había desbordado los años de avisos, de amonestaciones, de previsiones, de tanto luchar por corregir el rumbo, de poner en evidencia el terrible daño ambiental que estaban causando, todo lo cual había sido estéril, infértil, inocuo, absurdamente ineficaz. Era la estupidez de una especie llevada por sí misma a su autodestrucción, a su extinción.

Pero algunos de ellos habían entendido a tiempo que ese proceso destructivo era ya imparable, que la irresponsabilidad era infinita, que la ineptitud era mayúscula. Por ello Antonio Agius, como líder de una sociedad secreta, por lustros se había dedicado a preparar en forma oculta una alternativa de vida para algunos pocos seleccionados de su especie humana, elegidos pero no para permanecer en su planeta, que sin duda iba a ver destruido su hábitat, sino para migrar a nuevos planetas, o mejor dicho, para viajar con rumbo específico hacia la Tierra, el planeta secretamente estudiado y que daba a los humanos la posibilidad de escapar ante la inminente destrucción de su atmósfera y de su oxígeno, vital para su supervivencia como especie, así como ante la inefable destrucción de todas las precarias fuentes de agua y alimentación con que ellos habían contado hasta entonces en su sereno y grande planeta. Si los análisis sobre el planeta azul resultaban errados, entonces definitivamente se extinguirían.

No había sido fácil pues ante todo existían dos grandes retos: el tecnológico, vinculado a la segura movilidad de los viajeros y el social, focalizado hacia la escogencia de los elegidos y el secreto esencial que debía rodear al proyecto. El primero era mantenido en torno a un selecto grupo de científicos que construían en una oculta caverna tres enormes naves estelares, cada una diseñada para trasladar mil humanos con un mínimo equipaje personal mas la carga propia del proyecto consistente en algunos pocos de los objetos más representativos de la ciencia, el arte, la cultura y el gobierno de su civilización, a más de las necesarias armas para enfrentarse a los retos que pudiesen darse en un futuro desconocido. El reto social había sido tratado en forma más restringida: sólo unos pocos de los tres mil Viajeros sabían ciertamente de qué se trataba el Proyecto Vida, que era como se denominaban la tenaz tarea y sus anónimos miembros; los demás, simplemente sabían estar involucrados en algo muy especial y secreto, pero no tenían idea de la magnitud de lo que se les avecinaba. Además, por seguridad vital, el Proyecto estaba compartimentado: nadie sabía la identidad de más de veinte miembros, ni siquiera los directivos del Proyecto, de manera tal que la traición o la delación eran improbables y en cualquier caso ineficaces.

Era entonces esencial mantenerse en la sombra, pues de lo contrario la vía de escape y supervivencia sería bloqueada. No había más que hacer. La destrucción era progresiva, el aire se enrarecía cada vez más, el nivel de oxígeno era día a día más escaso, la desertificación de su ya árido planeta estaba impresionantemente avanzada, permanentemente se daba cuenta de adicionales especies vegetales y animales que se iban extinguiendo, sí, definitivamente, para siempre, sin vuelta atrás. ¿Cómo entonces evidenciar la única posibilidad real de supervivencia que tenía la especie humana?

Ya era desolador ser una ínfima minoría que se salvaría de la especie y ello se acentuaba por otra decisión desesperada que habían debido tomar en la última sesión del Consejo Supremo, conformado por doce representantes de los Viajeros y presidido por Antonio: ningún ejemplar de las otras especies podría ser trasladado con ellos, salvo para efectos de alimentación. El daño ecológico y global de su civilización era un monumento negro a su irresponsabilidad, no sólo hacia ellos mismos como especie humana, no sólo frente a sus futuras  generaciones que ya no nacerían sino también ante todas las otras especies, desprotegidas ante la voracidad del peor depredador de su planeta, en toda su historia: el ser humano. Es que ya no había remedio alguno, no había alternativas, no había mucho espacio y el temor a que las naves principales no lograsen  navegar por exceso de peso les obligaba a ser en extremo prudentes, so pena de la extinción total y definitiva de los humanos. Y es que no tenían tampoco certeza científica sobre la idoneidad de sus naves, pero debían desesperadamente asumir ese riesgo. Debían tener precaución, ser cautos, no cometer errores mortales. No podían tampoco dejar los objetos de su legado de especie, ni sus armas, ni las naves auxiliares destinadas a la exploración del nuevo planeta destinado a ser colonizado por ellos. La discusión había sido ardua, dramática, circundada ya por la certeza de lo que ellos habían previsto desde muchos años atrás y lo que ni las autoridades ni las diversas organizaciones sociales habían querido reconocer: su actuar había destruido su hábitat, su ecología y el planeta sucumbía inexorablemente. Pero sus advertencias, sus protestas sus temerarias acciones, sólo habían servido para que fuesen perseguidos, encarcelados y asesinados con verdadera saña. Por ello se habían callado estratégicamente, se habían diluido, se habían hecho percibir como derrotados  y equivocados, se habían organizado como una sociedad secreta y habían actuado en forma muy eficiente gracias al secreto de su actividad. Eran los Viajeros.

Cuando empezó la última enorme tormenta que cubrió al planeta de tornados poderosísimos, que arrastró consigo masas de arenas y polvos metálicos de proporciones insólitas, ante los cuales las últimas fuentes de agua estaban sucumbiendo, Antonio consultó con el cuerpo científico el estado de las naves y sus reales probabilidades y aunque no estaban totalmente seguros, con su conocimiento científico y su perfecto criterio político, entendió que había llegado la hora de partir en forma definitiva. Había que asumir el riesgo. Convocó al Consejo Supremo, expuso su tesis, logró convencerles y por unanimidad adoptaron la decisión: para subsistir había que viajar en forma inmediata.

Se organizaron entonces sendos grupúsculos de mensajeros a los que se les dio la secreta misión de avisar a todos los Viajeros a fin de que se hiciesen presentes, en absoluto silencio entre ellos, sin llamar la atención de los demás pobladores de sus respectivas zonas, sin grandes ni llamativos equipajes, portando sólo su vida, para así reportarse en la alejada y solitaria Cueva de Boltón, en donde ya las naves se aprestaban a partir a través del inmenso boquete volcánico que contactaba a la caverna con el espacio libre y hacia el cual las tres naves nodrizas estaban ya siendo desplazadas desde el interior por medio de los rieles especialmente diseñados para tal efecto. Era un espectáculo desolador pero grandioso, sombrío pero esperanzador, absurdamente temerario pero profundamente egoísta y cobarde.

Los diversos Viajeros tardaron varias semanas en llegar, especialmente acosados por la tormenta, la que en vez de cesar se incrementaba gradualmente. Estaban tan bien aleccionados que ninguno despertó sospechas entre el resto de la población, entre sus vecinos inmediatos, en los caminos, en las cercanías del solitario sitio de despegue hacia su incierto futuro.

Quedaban atrás milenios de civilización humana, enterrados para siempre en dunas de arena infértil y rojizos polvos ferrosos. Morían a la vez millones de individuos de su especie en medio de una dramática y dolorosa catástrofe en la que todos gritaban desesperadamente en medio de su triste e inexorable agonía, todavía incrédulos de lo que estaba pasando; algunos de ellos recordaron con espanto las admoniciones hechas por aquellos loquillos en los que nadie creyó en su momento: qué estúpidos habían sido ellos mismos y cuán acertados estaban aquellos a quienes habían despreciado y perseguido, pensaban en sus últimos momentos.

Las escenas de la destrucción planetaria eran atroces, sanguinarias, angustiantes: por doquier había arena y polvo, resequedad plena, ausencia de agua, olores putrefactos, muerte y desolación; unos morían aplastados por la caída permanente de las construcciones, otros morían quemados por las enormes llamas salientes de las tuberías de gas despedazadas, única energía de la que disponían, la mayoría moría sofocada por la falta de oxígeno, los de las zonas más altamente afectadas ya habían muerto de inanición y sed, otros tantos fueron muertos por sus congéneres en la lucha vital y mortal por los últimos recursos disponibles. Era el corolario perfecto para una especie estúpida y absurda que había llevado al planeta a secarse, literalmente.

Todo el planeta se había marchitado ante los espantados ojos de sus habitantes y ya no había ninguna otra opción: los Viajeros tenían que partir, debían lograr despegar con el combustible experimental que habían desarrollado, realizar el ascenso para alcanzar la atmósfera de su planeta en destrucción sin que las naves cedieran en su estructura, sobrevivir a un largo trayecto con pocos recursos vitales, superar los obstáculos del nuevo y desconocido planeta escogido, reproducir allí su especie y su cultura: eran las tareas a cumplir para conseguir sobrevivir y evitar su extinción. Entonces partieron.

El inicio de la travesía fue traumático y desolador: todos estaban abrumados por la tristeza de la muerte de tantos seres queridos dejados atrás,  incluidos algunos Viajeros que por desconocidas pero imaginables razones no alcanzaron a llegar a las naves; anonadados ante la evidente y trágica catástrofe ecológica que había llevado a la destrucción de su planeta, agobiados de problemas, agotados por su travesía hasta las naves, moderadamente optimistas sobre su supervivencia individual e inmediata. Nada en las tres naves indicaba la más mínima alegría por parte de sus ocupantes: estaban plenas de zozobra, llanto, miedo, tristeza e incertidumbre; el color de sus espíritus era gris oscuro.

Y las cosas empezaron mal. Una de las tres naves estalló a unos pocos kilómetros de su ascenso pues una fuga del novedoso combustible conllevó una explosión, primero pequeña y luego masiva, con lo que todos sus ocupantes perecieron; los demás, desde las otras dos naves, observaron con desesperación el terrible desenlace. Ya no quedaban sino ellos, la supervivencia de la especie estaba en vilo.

Después de muchas angustias y penurias, los Viajeros arribaron a la Tierra. Y quedaron sorprendidos. Nunca imaginaron la riqueza natural que estaban encontrando: enormes masas de agua, valles y montañas plenos de verdor por doquier, vegetación y fauna esplendorosos. Cierto que en su planeta originario tenían oxígeno y agua, vegetación y fauna, pero estos resultaban absurdamente pequeños y exiguos en comparación con lo que estaban descubriendo. La exuberancia de la naturaleza era increíble. Estaban felices; las sombras, dudas y tristezas se percibían ahora muy lejanas; todo era alegría, camaradería triunfante y optimismo entre ellos.

Por un cierto hábito de secreto adquirido para su proeza, lo primero que hicieron fue ocultar las dos naves y todos sus equipajes en una gran caverna y proceder a camuflar la entrada. Empezaron también a dividirse los trabajos de exploración para conocer la geografía más cercana y evaluar cuáles aguas y alimentos eran consumibles, pues ya estaba demostrado que el planeta y su oxígeno eran plenamente aptos para ellos. Empezaron a construir viviendas básicas, buscando siempre mantener unos altos parámetros de seguridad pues desconocían del todo si existían otras especies inteligentes en la Tierra y cuán peligrosas podían ser algunas especies animales. Y así empezó a fluir su nueva vida.

Poco a poco las misiones de exploración se fueron adentrando desde su campamento básico y definieron claramente que sí había algunas especies animales muy peligrosas pero todas ellas podían ser sometidas a su poderío: ninguna podría amenazar su colonización ni su existencia.

Pero posteriores misiones dieron cuenta de una alarmante novedad: habían dado con una especie muy parecida a ellos los humanos, pero aquellos eran más bajos, más corpulentos y claramente inteligentes, confeccionaban para sí rústicas viviendas, cazaban, pescaban, se vestían y manejaban el fuego; eran claramente inteligentes, seres muy superiores a la otra fauna terrestre pero tecnológicamente muy distanciados de los Viajeros recién llegados. Y sucedió que esos seres tan cercanos a ellos en apariencia y también bípedos e inteligentes tuvieron ante su presencia una sorprendente reacción bélica y agresiva; de nada valió intentar comunicarse con ellos, compartirles sus experiencias y buscar la pacífica convivencia: siempre eran atacados por los neandertales, como después les llamaron. Estalló entonces una terrible y muy larga confrontación que a la larga llevó a la extinción de esa especie tan afín que habían hallado.

A partir de allí los humanos se fueron reproduciendo y extendiendo por toda la faz de la Tierra, pero sólo unos pocos fueron los nuevos elegidos para preservar en secreto absoluto su verdadero origen y su llegada a ese bello planeta, al que en realidad no pertenecían: por ello, a diferencia de las otras especies que lo habitaban, debían fabricar sus vestimentas y sus casas, cocinar sus alimentos y calentar sus cuerpos, pues no estaban genéticamente adaptados a las condiciones de ese planeta. Las naves originarias y las posteriormente desarrolladas, su tecnología toda, escasa pero muy avanzada se mantuvo en total hermetismo; resolvieron no intervenir en cuestiones humanas salvo casos extremos y excepcionales, dirigir en lo fundamental su destino como especie, mantenerse en el anonimato absoluto, como un supremo cuerpo directivo del planeta pero permitiendo la libre evolución. Sus descendientes perdieron masivamente en el tiempo la memoria de su llegada; sólo los miembros del exiguo grupo de los Viajeros primero, y luego los muy pocos designados, generación tras generación, siglo tras siglo, milenio tras milenio, conocían la sorprendente realidad: los verdaderos alienígenas eran ellos mismos, los humanos. Los demás humanos, la inmensa mayoría de ellos, creían arrogantemente que la Tierra era suya, mientras que sólo los miembros del Consejo Supremo y algunos pocos más sabían la realidad y a la vez manejaban una altísima tecnología, muy superior a la de los terrícolas, que era como los Viajeros llamaban a las masas humanas, totalmente ignorantes de su realidad y origen. Y empezaron a darse furtivos y accidentales encuentros de los Viajeros con los terrícolas, pues por errores humanos, varias veces  intervinieron para ayudarles y éstos los percibieron como seres divinos, como dioses, máxime al visualizar las luces de sus naves provenientes del cielo y sus trajes de aeronavegación, que los hacían ver tan superiores y volando; en no pocas ocasiones se les dio ayuda en obras enormes, las que con la tecnología terrícola nunca se hubieran podido construir, como fue el caso de las pirámides de Egipto y México o los Monumentos de la Isla de Pascua; en sendas oportunidades fueron avistadas las naves de los Viajeros o sus aeropuertos, en especial el de Nazca en Perú. Y tantísimos otros casos y eventos. Y luego, cuando los humanos terrícolas habían ya evolucionado a altos estadios científicos, los encuentros casuales fueron atribuidos a la llegada de seres extraterrestres: pero cómo, si nunca los vieron llegar desde afuera en el espacio sino que los observaban ya en la Tierra, pues en realidad estaban allí, escondidos, mimetizados.  Esto divertía mucho a los Viajeros.

Pero lo que en cambio los tenía molestos, preocupados, asombrados, es que poco a poco, inexorablemente, el ciclo mortal se había reiniciado y ello por cuanto el círculo vicioso de los humanos ante su entorno se había impuesto de nuevo, su voracidad estaba de nuevo rompiendo el equilibrio ecológico y el bello Planeta Azul, la Tierra, estaba empezando su agonía, las otras especies se estaban extinguiendo, el agua y el aire se estaban contaminando, el cambio climático estaba muy avanzado y permitía presagiar grandes catástrofes que acelerarían el proceso destructivo, que afearían primero y destruirían después su entorno, en detrimento de las futuras generaciones y de las otras especies, con la suicida y mortal irresponsabilidad humana ante su hábitat. El magnífico paisaje azul, verde, amarillo, rojo, lila, con todos los colores desplegados en el arco iris, sería de nuevo remplazado por un triste y monótono marrón, brumoso y sin vida alguna. Los humanos eran irremediablemente estúpidos.

E increíblemente debieron empezar de nuevo a preparar su próximo viaje de supervivencia, en secreto, con tenacidad y eficiencia. Eran los Viajeros. No morirían. Ni se extinguirían.

 

Ricardo Schembri
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