CUANDO TE BUSCO.
- publicado el 21/09/2020
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Olía a café
No dejaba de mirarme. Parecía joven, tal vez más joven de lo que realmente era, y hermosa, demasiado hermosa.
Hacía unos minutos que me había sentado en la terracita de aquel bar a desayunar mientras ojeaba el diario despreocupado, como cada mañana. Al rato, sentí esa inquietud que nos envuelve cuando notamos algo fuera de lugar y no sabemos qué es. Como cuando te olvidas algo y tu subconsciente lo sabe pero se lo calla para ver cuánto tardas en darte cuenta de que has olvidado hacer la compra, esa llamada importante, o recoger ese regalo que tanto tiempo te ha traído de cabeza.
Entonces gané, y mi subconsciente se dio la vuelta abatido. Lo sabía desde que me había sentado, pero no lo había querido ver. Alcé la vista unos centímetros sobre la sección de deportes y ahí estaban, esos ojos negros.
Mis ojos encontraron los suyos y se perdieron, y también yo, me perdí, me perdí por completo. Tanto así que la taza de café que sostenía suspendida a unos centímetros de mis labios empezó a desbordarse sobre mis pantalones y seguí perdido ignorando el calor que resbalaba por mis muslos. Pero se rompió la conexión, ella se levantó y el lazo de azabache que nos envolvía se desintegró en mil pedazos.
Reaccioné como una mecha al prender. Grité y me levanté sobresaltado por el calor del café, separando con los dedos los pantalones adheridos a mi piel, soplando como si se me fuese la vida en ello, como un imbécil, ni que eso fuese a servir de algo. Me di cuenta de lo estúpida que estaba resultando la escena y miré alrededor. Un par de risas, un despistado y una anciana gruñona, nada de ojos negros. Los había perdido. Maldita sea.
Estaba murmurando infinidad de descalificativos hacia mí mismo cuando un destello me deslumbró y me hizo callar. Sobre la mesa donde había estado aquella joven había algo. Me acerqué. Un libro. Qué extraño, ¿dónde estaba el título? Lo abrí. Nada. Olía a café.
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