La verdadera soledad

Hoy tampoco han venido a verme. Han pasado veinte días y parece que ya empiezan a olvidarme. Supongo que es normal y así debe ser. Ahora comenzarán a espaciar sus visitas, entramos en la fase de los fines de semana, luego vendrán las mensuales , las anuales…luego nada. Claro que en cierto modo es mejor así, debo ir acostumbrándome a la soledad. Es curioso, nunca imaginé que pudiera ser así, claro que rara vez pensaba en ello, solo a veces, como de pasada, a hurtadillas casi; pero siempre creyendo que sería diferente, no se… estamos tan influidos por una cultura tan materialista, tan preocupados por el hoy, el progreso, el bienestar, el dinero en definitiva, que olvidamos pensar en lo que de verdad importa, la vida, la felicidad, los demás, lo trascendente. Casi puedo reírme al recordar todo esto. Claro que poco importa ya; de todas formas, tengo tanto tiempo para pensar, en realidad es lo único que me está permitido y no se por cuanto tiempo. Digo que pensar es lo único que hago, pensar y recordar, sobre todo recordar. La mar, ¿Cómo es la mar?, el color del agua, su olor, su sabor salado y amargo como lágrimas, su sonido monocorde y cadencioso, dulce a veces, desaforado y abrupto otras. La playa, la suave y cálida arena de las playas del norte bordeadas de pinos y eucaliptos de fresca sombra, de fragancias a tomillo, romero y flor de tojo. Casi puedo olerlos, que digo casi ¡los huelo!, me embriago de su aroma, siento la fresca agua recorrerme y me dejo mecer por los amorosos brazos de las olas; si tuviese lágrimas creo que lloraría de felicidad. Es inevitable, sin quererlo me pongo melancólico, en mi estado es lógico. El pequeño rayo de luz que se filtraba por entre las rendijas de la madera y el cemento se ha ido. Oigo silbar con fuerza el viento y el acompasado golpear de la lluvia contra la blanda tierra. Es una noche desapacible, fuera debe hacer frío, aunque, en realidad a mi eso no me preocupa, a los muertos nos es indiferente el clima.
Doa
Valladolid año 1985

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