Divina providencia

Caminando por la avenida, vi volar un grupo de palomas, en forma descarada con sus excrementos ensuciaban los autos recién lavados. Frente a mí, una suculenta muchacha con baile sensual de sus caderas, a ritmo lúbrico sostenido; antes de entrar al edificio, un viento cómplice, levantó su falda para corroborar sus agraciadas formas. Otra vez, ensuciaban unas palomas los autos, ahora nuevos;  además de dos personas, que mirando al cielo maldecían a su creador. ¡Qué insolencia! Pensé. Aburrido, decidí dar vuelta en la esquina, serio con cara triste dije: “Una moneda para este pobre ciego”.

Gil Sanchez
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