El valor de un recuerdo

Cuando se levantó, se le vino a la mente un mero recuerdo de su infancia: él visitando un museo sin soltarse de la mano de su padre. Fue la única vez que visitó una institución de tal índole, ya que le resultaban bastante aburridos.

En ese instante, se preguntó cómo pudo recordar un momento de aquella inocente vida, puesto que era un hombre joven carente de inocencia, con un estilo de vida no aceptado por la sociedad en general.

Nada más salir del bloque de viviendas, un hombre con grueso bigote le esperaba en la esquina de la izquierda. Llevaba unas clásicas gafas de sol, una gabardina grisácea, que ocultaba el resto de sus vestiduras, y un sombrero color café. El extraño personaje se acercaba mientras decía estas palabras.

—Miserable… Sabía que tarde o temprano echarías nuestros planes al garete.

—Lo siento. No pretendía…

— ¡No hay un lamento que valga! Además, ya no te queremos para nada. Sólo vine a cumplir órdenes.

El hombre de la gabardina sacó una pistola que tenía en su bolsillo derecho. El joven se inquietó.

— ¡Espera! Podemos hablarlo como adultos civilizados.

—Demasiado tarde.

Y tras pronunciar esas palabras, le disparó. Luego se marchó como quien disfruta dando un paseo matutino.

El otro individuo yacía boca arriba en el suelo, delante de la puerta de un bloque de pisos situado en una calle recóndita de la urbe. No murió en el acto, pues la bala penetró en un pulmón en lugar de en su corazón.

Durante sus últimos segundos de vida, pensó en la visita al museo con su padre, los bustos de personajes célebres, fragmentos de columnas y piezas decorativas que observó. Pensó que, si todo eso estaba en expositores, realmente tendría un valor. No quería morir, pero su lenta muerta era inevitable. Y se preguntó si también tiene valor la vida.

Ursula M. A.
Últimas entradas de Ursula M. A. (ver todo)

Deja un comentario

Tu dirección de email no será publicada