Del amor y la muerte

El día había sido extremadamente duro para ella. La luna observaba la ciudad desde hacía largo rato desde el cielo cuando Ana llegó a casa, al fin, con la pequeña urna que contenían las cenizas de su abuelo. Siempre había estado muy unida a él. En la puerta de su casa estaba Luis, un compañero de trabajo por el que sentía una gran atracción, tal vez amor, que no era correspondido. Es más, independientemente de los típicos saludos de cortesía, al llegar al trabajo, apenas si cruzaba palabras con ella. Él se acercó despacio a ella le dio un cálido abrazo, dos besos y le dijo con esa voz clara que tanto le gustaba: “Lo lamento mucho Ana. Mi más sincero pésame”.

Esa noche no pudo pegar ojo, dándole vueltas en su cabeza al momento que acababa de vivir y a las sensaciones tan maravillosas que había experimentado.

A la mañana siguiente, cuando llegó a su puesto de trabajo todo volvió a la normalidad. Para Luis ella era una compañera de trabajo más.

Ana no sabía qué hacer para volver a sentir el abrazo de Luis. Así una noche, entre el delirio y la locura, encontró la solución.

A los pocos días, comenzó a asesinar a los miembros de su propia familia. Sólo para sentir el abrazo de Luis y su voz cerca de su oído. Para ella ese breve momento valía más que la vida de cualquier persona, incluidos sus seres más allegados.

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Nacho Saavedra
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