Pasaron los días,…Ni la boca se movía, ni la voz susurraba. A veces se quedaba quieta como una estatua, mientras el resto de las personas andaban a su alrededor. Al menos la boca estaba callada, ¿no?Y cuando pasaba por delante, lo hacía lo más cerca a la pared de enfrente que le era posible, y además aceleraba el paso. No sabía porqué, simplemente lo hacía. Qué tontería, ¿no? Qué cosa más extraña.

Pero un día le pareció escuchar algo. Rígida como una escultura funeraria, esperó. Sentía las orejas calientes y el pulso en el cuello y en la frente. Entonces abrió con gran fuerza los ojos.

Le pareció que todo a su alrededor comenzaba a moverse.

Giró lentamente la cabeza.

Una voz muy leve susurraba.

Rose escuchó atentamente. El ruido se hizo más alto, mucho más claro, con intención de que se le entendiera perfectamente. “¡Ven!”

Ella se agarró a una barandilla y se quedó mirando la boca. De nuevo susurros. “Rose,…Ven”, sonaba por aquí, y un latido como de corazón fuerte y grande sonaba por allá. Se acercó lentamente y miró la boca más de cerca.

Parpadeó. El corazón le dio un vuelco, luego se detuvo.

Pues mientras estaba mirando, aquella pequeña boca empezó a alejarse. Y poco a poco se fue abriendo, mostrándole una hermosa oscuridad que le esperaba como un túnel largo que no acabara nunca.

–“¡Me estoy hartando! – gritó Rose.

Metió la mano dentro del bolso buscando, a tientas, su cuchillo. Le hacía sentir más segura. Y furiosa, se acercó rápidamente.

–“¡No me lo creo! – gritó – Ya no, ¿has oído? ¡Ya vale!

Se estiró hacia la, ahora, gran boca, metiendo una mano y un brazo en la dura oscuridad. Al final se obligó a introducir también parte de la cabeza y el torso.

-“¡Ahora verás!” – dijo.

En ese instante, mientras ella arañaba el aire con el cuchillo y la cabeza pasaba por la abertura, ocurrió una cosa asombrosa y rápida.

Como si algo la hubiera agarrado del brazo, como si fuera violentamente succionada, todo su cuerpo, brazos, piernas, cabeza, fueron absorbidos por la boca.

Desapareció como una marioneta empujada por fuerzas invisibles. Salió disparada hacia delante. Tan rápido, que se quedó su bolso en el suelo del pasillo.

Después no hubo más susurros, ningún grito. Solo un siseante silencio que duró unos largos segundos.

Luego sin razón aparente, la abertura se cerró con un ruidoso golpe, volviendo a su posición original.

Por la cualidad del silencio en el pasillo, nadie advirtió la existencia de la boca…

Hasta que una vieja pareja pasó por esa misma estación,… a diario,… durante doce años.

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