Terra incógnita
- publicado el 13/01/2014
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Una Historia sin final conocido
Una historia sin final conocido.
Érase una vez un hombre tan solitario que hasta las letras de su nombre le abandonaban. Las primeras en marcharse fueron las vocales porque como les resultaba muy fácil encontrar dónde ir, no quisieron esperar. Luego se escapó la ‘ese’ del final. Total que a nuestro personaje le tenemos que llamar Crl. Hay que explicar esto ya que de otra forma no se entiende porque le llamaban así y no Carlos, que es como le pusieron sus padres. Una vez dicho sigamos con el cuento. Cuando la soledad que llevaba a cuestas le pesaba tanto que no le dejaba respirar, Crl buscaba algún casino de juego. Los jugadores son gente solitaria porque la suerte es amiga de la soledad, y allí, rodeado de solitarios, Crl pasaba sus crisis.
Crl no estaba poseído por el mal del juego. Él se sentaba en la mesa en que las fichas valían menos dinero y de esta forma podía estar más tiempo fingiendo que tenía compañía. En esa mesa había hombres y mujeres que apostaban, esperaban que el crupier repartiera las cartas y casi siempre perdían. Los crupieres siempre tienen suerte y en la mesa de Crl más. Crl no prestó demasiada atención a la mujer que se sentó en frente de él. Al principio le pareció que era medio morena, con unas facciones regulares, la voz también era normal y normal era la figura y la ropa y los ojos. Sin embargo no fueron normales las miradas que se cruzaron ella y Crl. Él empezó a distinguir entre las facciones de su cara unas formas suaves, sobre todo cuando sonreía. El pelo dejó de parecerle medio moreno para reflejar colores que nunca antes había visto. La voz era capaz de alegrar la monotonía de aquella mesa tan triste que hasta las cartas se resistían a salir del mazo. En fin, y resumiendo, la chica se había convertido en una princesita de carne y hueso.
¿Cómo acabaron en la barra del bar del casino? No lo sé, la verdad. El caso es que allí terminaron hablando, sonriendose con los ojos y buscandose con las manos. Ella se llamaba Margarita y las letras de su nombre se alargaban perezosamente para hacerse oir más tiempo. Margarita había nacido en uno de esos sitios innombrables de África y tenía en la mirada una mezcla de razas que la hacía cálida. Después de hablar de todo lo que se puede hablar cuando en realidad estás esperando las caricias de la otra persona, se fueron a la habitación del hotel en el que se alojaba Crl.
Tenían prisa por sentirse y en la cama se abrazaron y abrazados siguieron hasta que se durmieron. Casi al amanecer Crl se despertó y contemplando a Margarita no pudo por menos de recordar aquella canción que siempre había querido cantar en una situación parecida: “Amanecí otra vez entre tus brazos…la la la la…de alegría y cobijé la cara entre….” La cantaba en voz baja porque, como todo el mundo habrá comprobado, desafinaba y además no se sabía la letra. Pero eso a Crl le daba igual, y en su cerebro la canción sonaba con el mejor de los sonidos que era capaz de reproducir. Y cantando (desafinado) se volvió a dormir.
Era ya de día cuando Crl se despertó. Margarita no estaba y parecía que había estado rebuscando entre su ropa. Cerró los ojos y no quiso imaginar qué había estado buscando. Si era dinero prefería no saberlo y no por vanidad, porque no se podía permitir el lujo de tener, sino porque no quería llorar. Hizo la maleta y se fue del hotel. La ‘erre’ y la ‘ele’ aprovecharon para desaparecer y C a secas se volvió a su ciudad.
Esto es todo lo que me contaron de C y Margarita. El final de la historia nadie la conoce con certeza. Unos dicen que Margarita no buscaba nada, y menos dinero, sino dejar una nota con su dirección, el teléfono, una cuenta de correo electrónico y un “llámame, por favor” escrito con letras llenas de ternura; cuando C llegó a su ciudad y pudo leer la nota se reencontró con Margarita; al cabo de unos días se casaron y vivieron felices hasta que el divorcio expres puso fin a la pesadilla en la que se convirtieron los últimos años de su relación. Otros creen que encontró la nota pero, por desgracia, después de enviar los pantalones a la lavandería; en el papel, totalmente arrugado, sólo se podía leer el “llámame, por favor”; cuando C lo leyó y comprendió su error el dolor fue tan grande que se arrojo a las vías del metro causando además de su muerte un formidable destrozo. El resto de los que conocen la historia, por último, piensa que C, desolado al comprobar la enorme cantidad de dinero que se había llevado Margarita, perdió la última letra que tenía y desapareció sin dejar rastro.
Bueno, es igual…es mejor que cada uno ponga el final que más le convenga, según haya pasado la noche o según esté pasando el día o si hace sol o si llueve, en fin lo que sea, que todos somos muy nuestros. Por si sirve contaré el final que un chaval le puso a este cuento: en los últimos años de su larga vida como persona sin nombre completo, se fue transformando en héroe de ficción, pero como estaba loco de atar en vez de ir haciendo las cosas que suelen hacer los superhéroes, se dedicaba a destrozar todas las flores que veía, sobre todo las margaritas, y a mearse en las macetas de los balcones, y todo esto a pesar del cambio climático. Sus fechorías le convirtieron en el enemigo público número uno y las autoridades tuvieron que llamar a Batman y a Superman para que le dieran un escarmiento… bueno, sigue con más cosas pero creo que el chaval éste se había rayado un poco y es mejor terminar aquí.
- Una Historia sin final conocido - 10/12/2008
- El Donante (I) - 27/11/2008
Me gusta lo de las letras, eso de que vayan desapareciendo es muy surrealista…
Y sobre los finales… Bueno, ya estaba avisado que era una historia sin final, de modo que ahí se queda.
Así que… qué final escoges tú?
Pues hoy que no es un día especialmente bueno, me quedo con el que desaparece cuando se da cuenta que la tal Margarita se ha llevado toda la pela y además las tarjetas de crédito (menos mal que no tenían crédito). No es un buen día, ya digo.
jeje, he disfrutado especialmente con este relato. Espero que lo propongas para ser destacado!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Es realmente original! Dejas libertad de elección de final (yo llamaría al relato «Los mil y un finales») y también es muy interesante la forma de presentar al personaje y el problema de su nombre, nunca se me hubiera ocurrido así! Un surrealismo muy bien descrito… ;D
No conozco a ninguna santa ni a ninguna maria así que la coincidencia del nombre de su protagonista y el mío es solo eso coincidencia.
En cuanto al relato su protagonista podría llamarse el hombre de las mil caras o de los mil versos. Y aunque él no lo sepa a lo mejor perder las letras de su nombre es lo mejor que le puede pasar. Y así será libre para elegir el nombre que realmente le gusta y no el que le pusieron sus padres.
Yo misma llevo el nombre de Margarita por mi madre. Imagine que se hubiera llamado Ambrosia…y que alguien hubiera puesto mal el acento en el registro …Me llamaría Ambrosía. Ya se que este comentario es un poco absurdo pero así si alguien me copia también tendrá que ser absurda. Y para finalizar le diré que no se mee en las macetas de los balcones pero esto seguramente se lo explicará mejor un biólogo. No le mando un saludo porque creo que he superado las palabras permitidas en un comentario.