Dilema

– Algo te pasa. – Dijo ella cuando se sentó en el banco. Por supuesto, llegaba tarde; costumbre del grupo.
– No me pasa nada. – Respondió él.
– Ya, claro. – Ese tono ya se lo conocía. Además, no eran tan buen mentiroso. – ¿Qué es?

Él suspiró y se llevó se pasó las manos por detrás de la cabeza.
– Voy a contarte una cosa. – Dijo por fin. Ella asintió y lo miró directamente a sus ojos verdes. – Resulta que una persona especial para mi se ha ido.

Ella emitió un «ajá» para darle a entender que lo estaba escuchando.
– El caso es que antes de irse nos llevábamos muy bien. – Explicó. – Pero cuando volvió . . . no sé, la encontré distinta.
– ¿En qué sentido? – Aquello se estaba poniendo interesante.
– No sabría explicarlo bien. – Dudó. – Era como si estuviera más distante.
– Quizás tú eras el distante. – Sugirió ella.
– Yo siempre he sido así. – Se encogió de hombros.
– Bueno, ¿y qué? – Preguntó mientras daba otra calada al cigarro.
– Pasó algo chungo, y yo fui el último en enterarme. – Había una mezcla de rencor y dolor en su voz. – Siempre soy el último en enterarme de todas sus cosas. No lo entiendo. Se supone que somos amigos; creo que le he contado cosas a ella que no le he contado a nadie.
– ¿Y eso te molesta? – Dijo mientras dejaba escapar el aire.
– Pues claro. – Afirmó, como si aquello fuera obvio. – El caso es que antes hablábamos todas las semanas por msn, me daba toques y esas cosas. Pero ahora ya ni eso.

Aquí hubo una larga pausa. Decir lo que pensaba en el momento no le costaba nada, pero decir lo que realmente pensaba le costaba horrores.
– Supongo que ahora se ha echado amigos. – Y soltó una amarga carcajada.
– O que tiene los exámenes. – Puntualizó su amiga.
– Da igual, el caso es que llevo semanas sin saber nada de ella. – Continuó.
– ¿Y por qué no la llamas? – Pero él negó con la cabeza. Era difícil explicarle porque no le gustaba llamar a la gente cuando se iban lejos. Primeramente, porque el teléfono era una cosa fría y mecánica para él, y apenas le daba otra utilidad aparte de llamar y decir que no iba a comer a casa, o preguntar a qué hora habían quedado y donde.

En segundo lugar, se sentía estúpido hablando por teléfono. No tenían más preguntas que el «¿qué tal?» y el «¿cómo lo llevas?». Y un silencio telefónico no era igual que un silencio en una conversación, como la que estaban teniendo en aquel momento.
– Eres raro. – Y sonrió.
– Prefiero que digan que soy imprevisible. – Ya tenia una respuesta automática para aquella observación.
– ¿Y qué piensas hacer? – Inquirió. – ¿Esperar hasta que ella te escriba o algo?
– No lo sé. – Y se quitó las gafas para rascarse los ojos.
– ¿Tienes miedo de que se olvide de ti? –
– No. – Contestó. – Puede sonar un poco egocéntrico, pero no creo que se olvide tan rápido de mí. Lo que tengo miedo es de olvidarme yo de ella.

Esto hizo que su confidente se levantara y lo mirara con expresión de reprobación.
– ¿Y te da igual? – Quiso saber.
– No me da igual. – Ella hizo un gesto con las manos. – Lo que pasa es que yo soy así de orgulloso. O de tonto.

Wind
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4 Comentarios

  1. caminosdeviento dice:

    El estilo es casi teatral, muy fluido. Me recuerda al de una novela de Galdós de cuyo nombre no PUEDO acordarme xD

  2. Y a mí me recuerda a una situación muy parecida…

    «- Eres raro. – Y sonrió.
    – Prefiero que digan que soy imprevisible. – Ya tenia una respuesta automática para aquella observación.»

    Buena ahí, previsiblemente imprevisible 😉

  3. Zilniya dice:

    A mí también me ha gustado, es una conversación que se hace real en la mente.

  4. DonGato dice:

    Y tan real… me ha gustado 🙂

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