El sordo, el ciego y el mudo
- publicado el 29/09/2009
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Una forma original
Normalmente ando mucho, ando hasta desfallecer. Normalmente no vuelo, solía volar, es mucho más rápido que andar. Normalmente no hago nada anormal, nada que recordar, nada que poder contar. Pero hoy es distinto, hoy he podido volar, he podido nadar, bucear, saltar, brincar, he podido sentir los besos de cierta prostituta que todos conocemos, de la que todos somos clientes y a la que todos odiamos y amamos a un mismo tiempo. Hacía mucho que no los sentía, de cierta forma, los añoraba. Sí, ya sé que los besos de una puta no valen nada, pero sólo ese instante en el que sientes algo próximo al calor humano, sólo ese breve momento en lo que más se parece al paraíso en la tierra, sólo por eso merecen la pena sus besos. Aunque sepa que más tarde los aborreceré, aunque sepa que no saben a nada.
Buenos días por la tarde, disculpad que no os atienda como es debido, pero acabo de despertarme y todavía estoy un poco soñoliento. Sí, ya sé que no son horas, pero ¿qué más da? Al fin y al cabo sólo es un día más que nadie recordará, irá donde va a parar el tiempo que se ha escurrido entre nuestras manos. Ese tiempo perdido debe habitar en algún sitio. Pienso que llegará un día en el que el montón formado por el tiempo pasado supere al tiempo que está por venir, y más aún, todo tiempo futuro se convertirá en pasado y ya no habrá más presente por vivir. Volviendo a la cruda realidad, debo confesar que no sin cierta dificultad, he logrado despegarme de esas sábanas que no me dejaban salir. Siempre entonan sus cantos de sirena e intentan llevarme a las rocas donde más de un navegante sucumbió a su merced, y ahora habita en el olvido de los sueños perdidos por soñar.
Me encamino hacia la fosa común que todos utilizamos diariamente, en la que depositamos aquello que nunca más nos servirá, aquel geriátrico de desechos humanos que nadie quiere tocar, oler o abrazar. Recuerdan más a la muerte que a la vida, huelen a muerte, vemos la muerte en su cara, en sus ojos cansados de vivir, esos ojos inmensos que otean el horizonte como buscando a los amigos perdidos que no volverán a encontrar. Y parado allí delante, a mi objetivo apuntando, no sé cómo, no sé por qué, salgo de mi cuerpo. Me diluyo en millones de gotitas que se dirigen directas al precipicio. Ardiendo como estoy, sólo apetezco el mar, darme ese chapuzón que hace años no me pude dar.
Una vez en el fondo del sumidero, puedo ver a lo que antes era mi cuerpo tirando de la cadena y yéndose como un robot domotizado. El viaje se me hace largo, una corriente incesante de agua me empuja a mí y a mis compañeras hacia adelante, siempre adelante, no se puede mirar atrás. Paso por muchos sitios conocidos, pero apenas sí percibo su esencia, ya que su aspecto es muy diferente en el subsuelo. En estos momentos creo que he ganado esa capacidad, la de reconocer la esencia perdida de aquello que nadie recuerda, que un día fue y no será más. Parece que ahora no me encuentro atado a ningún sitio, que puedo fluir libremente, como un río, como la vida. Más aún, parece que me he despojado del sentirse encadenado a una vida sin vida, ahora me puedo fundir en el mundo del vivir, y por eso creo que puedo reconocer las esencias mejor que antes, porque esas esencias son parte de la mía, todas formamos una sola esencia.
Veo cómo mis compañeras se van integrando poco a poco en distintos lugares, casi sin quererlo, como si una fuerza desconocida llamada destino, azar o providencia las empujase a su objetivo final, las determinase a su función principal. Me pregunto dónde iré, me pregunto qué me han deparado, qué han pensado para mí. Me pregunto qué hago aquí, qué soy y qué seré, y qué he sido si es que he sido algo alguna vez. Nunca me había planteado estas preguntas, no sentía la imperiosa necesidad que sienten todas las personas al llegar a su vejez, piensan en qué les deparará el destino, piensan si esto es todo o habrá algo más. Anhelan que lo haya, que su vida sirva para algo, que los que se fueron puedan volver. Esto me hace preguntarme si me acerco a mi final, si esto es el río Aqueronte y si mi fiel barquero Caronte me llevará a los Elíseos, al Tártaro o al Hades.
De repente, esa fuerza motriz que ya advertí, me impulsa a tomar el camino en el que estoy ahora mismo, esperando encontrar mi suerte, me dejo llevar. Pierdo por un momento todo el control que antes poseía sobre mí mismo. Creo que la última vez que experimenté esta sensación fue cuando todavía no podía hablar, casi no sabía pensar, cuando mi razón sucumbía a todos los placeres, cuando todo era instintivo e irreflexivo. Creo que esa es la razón por la que este sentimiento no está escrito en ningún libro, porque nadie se ha atrevido nunca a experimentarlo, porque nos importamos demasiado a nosotros mismos como para abandonarnos a nuestra suerte. Nos amamos con locura, y eso nos impide amar enteramente a otra persona o cosa más que a nosotros mismos, ningún sacrificio que podamos hacer por nadie será totalmente gratuito. Me parece triste la gente que se enorgullece de convertirse en mártir, los muertos no pueden disfrutar ninguna suerte, y los vivos tienen demasiado que vivir como para preocuparse de alguien tan necio que murió por no morir.
Al fin reconozco hacia dónde me dirige este viaje sin rumbo conocido, he llegado a la universidad. Trepo por sus cañerías, inhalo sus sabores, escucho sus rugidos y sus caricias. Noto la inutilidad, la desesperación de esos estudiantes soñadores con la mente en otra parte, en otros mundos siderales de naves que no vuelan y párrafos flotantes por el universo de las letras. De pronto una supernova, un agujero negro, el big bang o un extraterrestre cruza sus mentes y les convierte en héroes ocupados en salvar a sus damiselas y damiselos, encerrados en el planeta sin nombre de la pedantería y la jactancia, del impúdico deseo de aparentar ser más de lo que se es en realidad. Y ahora, no sé cómo, no sé por qué, me reintegro en mi cuerpo desvaído. No logro comprender qué hace ahí, cómo ha llegado al mismo sitio pero por diferente ruta, y lo más importante ¿quién estaba dentro de él? Porque si yo no estaba, puede que no hubiese nada dentro, puede que la mayoría de las veces nos convirtamos en viajeros sin alma, en seres sin esencia. La clase está a punto de terminar, parece que he encontrado otra manera de viajar. Más interesante, más viva, una forma original.
Alberto Serrano Martín
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Un relato conmovedor, a la vez poético, todo un viaje interior, casi me veia arrastrada por las cañerías… Guau!!!
desde luego, es de mucha intensidad. Quizás se me ha hecho demasiado largo para la temática que tiene. Pero escribes muy bien. Me ha gustado especialmente la referencia mitológica del río Aqueronte y su barquero.