ANTIGUA – Un Día Después del Salto. 26 de Julio (1ª de 3)

UN DÍA DESPUÉS DEL SALTO. 26 DE JULIO

Está anocheciendo. No sé dónde estamos. Ahora mismo, Jolín, yo y dos personas más estamos a cubierto en una especie de refugio que nos hemos fabricado con ramas, como hemos podido. El crepúsculo es curiosamente oscuro, y se empiezan a ver muchísimas estrellas en el cielo. Estamos en una especie de bosquejo, aunque los árboles están bastante distantes los unos de los otros, y hay multitud de matorrales. A lo lejos se oyen ruidos de animales, que el silbido frecuente del viento logra apagar. Un escalofrío recorre mi cuerpo, de pies a cabeza. Me aprieto contra el calor de los demás como puedo.

Pero, dejando atrás durante un momento los horribles hechos presentes, me centraré en los pasados. Debería empezar desde el principio, o al menos desde donde lo dejé ayer, cuando quedé con Jolín en la biblioteca de la facultad. Fue ayer, y parece que han pasado semanas.

Eran aproximadamente las 11, y acababa de llegar a la cafetería después de una intensa mañana precedida por una noche no menos intensa. Todavía estaba poniendo en orden mi cabeza e intentando sacar de ella a Olga y sus problemas. Mientras seguía escribiendo en mi cuaderno, y me tomaba un café, esperaba a Jolín, que ya estaba empezando a cansarme con su tardanza. Afortunadamente no tardó en aparecer, con mil excusas acerca de su despertador, de que en Hong Kong los despertadores sí que funcionan y que aquí son una patata. Le respondí que casi todos los aparatos electrónicos son made in China, y me dijo que me invitaba a otro café. Le respondí con un meneo de mi taza, que aún rebosaba. Había estado tan concentrado en mi diario, que apenas había dado dos sorbos del café, que se enfriaba lentamente, esperando que me lo acabara. De todas formas, Jolín pidió otros dos, el suyo con hielo, pues siempre lo tomaba así, ya fuera verano o invierno. Jolín era una persona muy calurosa, y era habitual verle siempre con camisetas sin mangas y pantalones cortos casi en cualquier época del año, salvo los días excepcionalmente fríos, en los que vestía alguna manguita larga, muy fina. Los pantalones cortos, eso sí, eran una constante en su vida, dándole un aspecto gracioso la mayor parte del año, salvo en verano, y grotesco en invierno.

Pero me estoy yendo por las ramas. El caso es que Jolín y yo finalmente nos fuimos a la biblioteca a estudiar, tras apurar nuestros cafés. La mañana discurrió sin mayor novedad. He de mencionar que en la biblioteca nos encontramos con Lidia, una compañera de clase, normalmente bastante ausente y que no tenía muchas amistades en la facultad. Yo la conocía desde primer curso, sin saber muy bien nunca cómo llegué a tener una especie de “amistad” con ella. Nunca salía y siempre tenía excusas para huir tras las clases, que es cuando mis colegas y yo solíamos ir a tomarnos algo de vez en cuando. El caso es que Lidia estaba en la biblioteca devolviendo un libro que había sacado antes de exámenes. No le dimos mayor conversación, y la dejamos en otra mesa, donde tenía un par de libros más. Ambos trataban de óptica.

Por fin, tras más de una hora de cafés y charlas, nos pusimos a estudiar. Treinta y cinco minutos después volvimos a la cafetería. Ya era más de la una, y nuestros estómagos empezaban a rugir, así que comimos. Tras otro rato de estudio, bastante mal aprovechado por mi parte, decidimos volver cada uno a nuestras casas. Como hacía mucho calor, decidí coger el metro para volver a casa, aunque hasta mi casa sólo había una parada. Jolín lo cogía en la misma dirección que yo, así que fuimos juntos. Al salir de la facultad vimos a poca distancia a Lidia, con paso corto, rápido y firme, que parecía dirigirse al metro también. Justo tras nosotros, y a mayor velocidad, un profesor estaba a punto de adelantarnos. Era el profesor Martínez-Gordó, que daba Física Estadística, una de las asignaturas más duras de la carrera. Martínez-Gordó tenía fama de ser muy duro, y de tener muy mal carácter. La verdad es que la mayoría de los alumnos le tenemos como poco menos que un hijoputa, un verdadero desalmado, sangriento, que suspendía por regla a no menos del noventa por ciento de sus alumnos. Sin piedad.

Intentamos ignorarle cuando nos sobrepasó, con aires de superioridad. Iba vestido con una camisa de tela fina, de manga corta, unos pantalones largos de traje, con tirantes, y unos zapatos negros. Martínez-Gordó estaba calvo. Aunque lo justo es decir que tiene unas grandísimas entradas. Tales, que desde ciertos ángulos parece que tiene cresta, lo que le da un aspecto bastante ridículo. También tiene el pelo teñido de el negro más oscuro que he visto en mi vida, que contrasta bastante con su aspecto. Yo diría que tiene unos cincuenta o cincuenta y cinco años.

Yizeh. 2009

Yizeh Castejón
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2 Comentarios

  1. Lascivo dice:

    bueno, después de esta parte, el relato cambia radicalmente. Intentaré coglar la parte 2 mañana, espero que os guste

  2. LBD dice:

    habitual verle siempre ???
    NOOOO NOOOO NOOOO
    Pero me tiene muuuuy enganchada, asi que algo bueno sí debe ser…

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