Filosofía Barata 7
- publicado el 11/05/2009
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El enésimo «Beatle»
La figura larguirucha que paseaba por el Londres más neblinoso no llamaba la atención de los transeúntes que sentían más vivo el tic-tac de sus relojes que el loop-doop de sus corazones. El hombre en cuestión vestía muy retro, con pantalones pitillo y jersey de cuello vuelto, abrigo largo y negro y zapatillas cómodas. Su pelo era imagen de una época que nosotros, los jóvenes, teníamos en la mente como una de las más maravillosas que había vivido el hombre desde que conocía (o eso parecía) la Luna. La especie había sido en muchas ocasiones gilipollas, soberanamente idiota, pero había vivido momentos de máximo esplendor que muchos ilusos pensarían que durarían para siempre. No fue así. Bien, pues el hombre con el pelo que representaba una época paseaba a un ritmo rápido, sin llegar a correr, con aparente dejadez, y un interno malestar latente que a veces soñaba con salir y gritar a los burdos seres vivientes casi marionetas que lo rodeaban que la vida era un soplo de aire, y no un conjunto de bloques, lingotes, o circunferencias de aleaciones de níquel. Sobre sus hombros parecía ir el peso de unas cuantas canciones protesta perdidas en los vinilos de coleccionista. De sus orejas colgaba esperanza a voz en grito, acallada por el murmullo uniforme del gentío apesadumbrado. Salían dos finos negros que iban a parar a uno de sus bolsillos. Desde nuestra posición no acertábamos a adivinar a cuál. Parecía que H, Mark y yo éramos los únicos que nos dábamos cuenta del aura de grandeza que desprendía el colega. Era bestial. Nunca pensamos, ni por un momento, que nuestra fiebre de valentía adolescente e idiota nos engañaba, eso jamás. Lo cierto, era que gracias a esa valentía idiota, a esa fiebre juvenil, podíamos dar cuenta de cómo era en realidad aquél tipejo. Fumaba. Lo recuerdo. Fumaba caladas rápidas y el humo se consumía o se unía al de la capital británica. Nosotros estábamos discutiendo el repertorio del grupo que nos hacía la vida más llevadera, o al menos más feliz (cuándo de pesimismo estaba el mundo lleno y costaba tanto hacernos feliz) una tarde cualquiera, y quedamos prendados de aquélla persona. Después de que giró en la quinta manzana, no volvimos a saber de él… Hasta un año después.
-Los carteles están por toda mi Facultad. Será un debut sonado.
-Esperemos que sea así.
-¡Qué poco optimista, H! Vamos hombre, hoy es un día alegre.
-Alegre para nosotros. Muchas personas estarán muriendo, o a punto. O muchos estarán fumando su último cigarrillo antes de que les descubran un cáncer de pulmón. El mundo es grande, amigo. No se limita a Londres, al Reino Unido, ni siquiera a EE.UU. o Asia. Hay más gente en el mundo que los que estamos hoy contentos. Recuérdalo.
Por descontado, a H no le faltaba razón. Él, como yo, se movía en el mundo ambicioso, hijo de la codicia y el bienestar personal y no plural. Él, como yo, y como todos, vivía imbuido en ritos impregnados casi desde antes de nacer, fiestas comerciales y celebraciones con fines que tenían de éticos lo que de bueno tenía algún que otro monseñor. Sin embargo, ese día no di mi brazo a torcer.
-¿Has visto? ¡Ha sido todo un éxito! Cuando tocamos Here comes the sun los teníamos a todos en el bote.
-Desde luego, y el broche final entre Lucy y I want to hold your hand fue único. Aplaudían como si no hubiese mañana.
-¿Y qué me decís del momento romántico-sentimental de All you need is love y Yesterday?
-Brutal, desde luego. Tendremos después de esto aspirantes a “groupies” a patadas.
-¿Qué te pasa, H? Sigues raro.
H miraba el periódico que estaba sobre la mesa del garito cutre en el que dábamos el concierto, leyendo con gesto taciturno la portada.
-¿Te acuerdas del hombre del abrigo negro que escuchaba música en Southampton Street cuándo empezábamos con todo esto del grupo?
No me costó hacer un esfuerzo demasiado grande para ver otra vez al hombre perdiéndose en la quinta manzana que lo separaba de nosotros, con ese abrigo negro, el aspecto entre chulesco y cansado, y el humo que salía a bocanadas rápidas y precisas de su boca.
-Sí. Lo recuerdo. ¿Por qué?
Como respuesta H me acercó el periódico y vi el titular gigante, y de repente me sentí pequeño, y por alguna extraña razón, sólo en una lucha interminable.
Rezaba así: “El enésimo Beatle”. El cuerpo de la noticia no era muy extenso, para ser portada. “Muere ahorcado el joven J. F. Blake, destacado fan de Los Beatles, en extrañas circunstancias, y sin motivo aparente” El sobrio subtitular animaba mi interés y seguí leyendo.
“Fue descubierto ayer por la mañana, cuándo su casera entró a cobrar el alquiler del mes. La mujer llamó a la policía en cuanto vio el cuerpo sin vida. Todo parece indicar que el suicidio fue premeditado, aunque su ambiente más cercano, vecinos de piso y demás coinciden en que la vida del chico no era mala, y que muchos cambiarían la suya por unos días de la del hombre en cuestión. Muchos recordarán a este joven como un famoso fan de aquella banda que a muchos de nosotros hizo vibrar hace ya unas décadas, Los Beatles. Se ganó esta pequeña fama hace ya unos 15 años, siendo un adolescente, en el programa de T. Watson “Beatles again”, un famoso concurso temático en el que preguntaban por estos míticos cantantes, en el que el chico participó durante dos meses hasta que consiguió llevarse en la prueba final el deseado bote, demostrando que no tenía rival en el campo que mejor dominaba. Parece que esto se transforma ahora en una macabra señal, pues al lado del cuerpo había una pequeña mesa con un papel que ponía “Lucy, espérame” y un reproductor mp3 con la canción Lucy in the sky with diamonds en pausa. Se abrirá un (…)”
El cuerpo de la noticia continuaba algo más pero yo ya había leído cuanto tenía que leer. Estaba claro, todo coincidía. Ahora me explicaba porque Mark, H y yo lo vimos como alguien especial. Era alguien especial. Pero nosotros, que apenas habíamos cumplido los 20, no recordábamos nada de lo que había hecho este hombre. Ahora, yo sabía la causa de su muerte. Su inconformismo. Sus ganas de cambiar el mundo. Sus impulsos contenidos. Todo eso había terminado por matarlo. Yo entendía mejor que nadie por qué era el enésimo Beatle. Todos nosotros éramos en parte enésimos Beatles. Todos teníamos las ganas que habían tenido ellos de cambiar el mundo. Todos imaginábamos un mañana mejor. Todos pensábamos que si el mundo se unía por motivos distintos al dinero y la avaricia, nuestros hijos crecerían en un lugar mejor. Ahora, yo me sentía como un corredor. Había tomado el relevo. Pero en mi caso sería diferente. Yo tenía el grupo, Help, y mi voz no terminaría por ahogarme. Sacaríamos todo lo que llevásemos dentro. Seguro. Estábamos dispuestos a sentirnos más Beatles que nunca. A fin de cuentas, pese a sentirme momentáneamente como si me faltase un amigo que conocía toda la vida, tenía que reponerme para impedir que el enésimo Beatle muriese para siempre. No. Ni los Beatles habían desaparecido, ni su música se había quedado anticuada. Vibraba en los cuerpos de muchos adolescentes, de muchos maduros que pensaban que aún podría llegar el cambio. Ahora nadie lo dejaría estar. Nosotros, que teníamos la suerte de cantar, de tocar y sentir cada nota, ocupábamos ahora el lugar. Ahora éramos “El enésimo Beatle”. Pero con nosotros no podría el mundo.
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Muy bueno el relato, el personaje «enesimo beatle» tiene un punto de misterio muy logrado. Apenas se le describe pero deja huella..
Creo que eso que dices tú es porque lo enfocaba a ser un personaje cualquiera. Como ves, los jóvenes retoman el papel del Enésimo Beatle. Y habra, espero, miles en el mundo, con ganas de cambiarlo.