Ombligo

Caballos viajan al galope sobre tu cuerpo, bajando tus senos, hacia el sur, hacia las llanuras de tus mentiras tibias con su centro en el cortado ombligo, quieto y silente, en medio de tus gestos de sorpresa y tus silencios.

Adiós.

¿Cómo voy a hacer para huir de este día? No lo sé. Tal vez un viaje al centro de mí mismo sea suficiente. Pero ¿otra vez? Estoy harto, el centro de mí mismo siempre me abre con cara de sueño, como diciendo: ¿otra vez aquí? Y me da la espalda, dejándome entrar, sin remedio. Me dan ganas de llorar, no tengo a dónde ir… ya ni yo mismo me recibo con entusiasmo. La soledad es un recurso. Tal vez allí me encuentre bien. Quiero que nada sea importante y que todo sea nada. También quiero ser un cenicero. Buscar mi interior en una cerámica negra y brillante que recibe puchos encendidos en su espalda.

¡Oye! con tu permiso ¿me puedo sentir solo? Sólo un ratito, luego te devuelvo la importancia. Te devuelvo esa manera de mirar, te devuelvo tus mentiras, te devuelvo tu lugar. Pero por ahora me quiero sentir solo. No hay nada como sentirse así.

Ahora mismo hay una mosca golpeándose contra el cristal de la ventana que me separa del mundo. Las tibias manos te reptaron por el cuerpo entre susurros de delicias y el fuego que quemaba algo entre las manos para dar luz, mientras tú te deleitabas con una música que te hacia bailar y soñar. Afuera una ambulancia clavaba su sonido en las calles transportando un herido con quemaduras de tercer grado a un destino con cremas, gasas y gente vestida de blanco, mientras tú te encerrabas con los colores de la madera quemándose, subiéndote por las piernas.

Filosofía, música, arte. Nada resuelve el problema de la mosca que está reventándose contra el cristal que me separa del mundo. Por ahora. Afuera sigue de día y yo estoy de noche, en un suburbio de película, con gente que es mala pero de cartón, marineros de camisetas a rayas, putas que hablan gritando y tienen coloreadas las mejillas de rosa intenso. Yo soy el de la mesa del fondo. El escritor, con un cigarrillo en la boca, fumando mi desconfianza.

 

La mosca… se acaba de ir. Ya ni las moscas.

El escritor, decía, sentado en su escritorio de aprendíz de mago, en su mesa de bar de puerto de putas y marineros, con su mentira verdadera, que nadie cree. Cuba Libre en la mano, espera llegar a ser fotografiado pero desconfia, quieto, busca pistas de un asesinato que no ha ocurrido… para que le sorprendan las llamas del fuego y lo incendien y lo lleven con una sirena roja, sobre un asfalto de noche, a un lugar donde las llamas dejen de quemar.

Pero en eso se me ocurre que tal vez sacando cuatro ases…no. Mejor algo nunca visto. Ocho ases. Pero me miran mal ¿Por qué? como si estuviera haciendo trampas.

Hoy leí que la calidad no debería ser una noción para evaluar el arte.

Calidad como requisito. Este chico está bien vestido O vien bestido. Un libro, un cuento, una película, un cuadro, tienen que romper el promedio. Tienen que triunfar sobre la medianía. O sea, hay que dar espectáculo.

 

Señores, increíble, regresó mi mosca y se está reventando los ojos contra el cristal… ¡!!Qué tierno!!! Suena música de Joe Cocker (You can leave your hat on…) y entra una puta nueva al bar. Vestida de “no puta”. Los marineros a rayas no tienen tiempo de irse a cambiar de ropa, así que se quedan así no más. Y son felices con sus cabezas rapadas, odiando, fumando sus puchos en un puerto de mentiras, aplastando las colillas sin rabia, en un cenicero de plastico negro, atiborrado. Uno de ellos la mira al entrar y la sigue con la mirada, pero como que ella está en otra parte. La reconocen, es enigmática. Es la puta enigmática con la que se identifican todas las mujeres enigmáticas, las que dicen que aman a los gatos. Se sienta. Parece pensar cosas increíbles, es “la Maga» de Cortázar, la mujer de voz ronca y cortina de humo de tabaco de los boleros mejicanos, es la mujer inalcanzable. Algunas de ellas se casan y se convierten en odiadoras profesionales. Pero ella se vende sin mirar, sin pedir, desconfiada, sigilosa. Saca un cigarrillo y lo enciende. Su cuerpo son rieles de tren. Sus ojos son manos que te empujan para que te quedes donde estás, y el fuego sigue subiendo, de los pies a la cabeza, contorneándole las piernas. Esta sentada al fondo y escribe una nota en su cuaderno. Es el escritor del bar vestido de no puta.
En el puerto de las mentiras ellas entran y salen, como barcos, lentos, en la noche.

Me atraparon tus sirenas y me entusiasmé. El color de tus risas. La crueldad de tu inteligencia. Pero no nací para todo aquello y por eso me zambullí en el calendario.

Javier Revolo
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