Catálogo de sueños

Las luces potentes de la sala de exposiciones resaltan mis aerodinámicas líneas y el brillante color rojo de mi fina carrocería, mis cómodos asientos son de una suave pero resistente piel oscura, los controladores de velocidad y rpm se complementan con el sistema de navegación GPS y las pantallas de información y entretenimiento. En fin, que gracias a la inmejorable visión de uno de los mejores diseñadores del momento y una de las más prestigiosas marcas del mundo, soy uno de los modelos deportivos más cotizados y atractivos del mercado.

A él, sin embargo, le falta clase. De lejos se nota que es un advenedizo, con esos trajes ridículos y corbatas de colores encendidos con los que cree que va a tener alguna trascendencia social. Dice que vendió un cuadro “herencia de la abuela” para comprar el apartamento y sacarme de la tienda. Debe ser lo único inteligente que ha hecho en su vida, el idiota. Antes del desastre, en el concesionario, esperaba con ansiedad las fuertes manos del hombre de la abierta camisa blanca. Con él viajaría por largas carreteras a la vera de playas desiertas o por las de montaña, en las que mi doble tracción le haría sentir poder. Bueno, eso decía el catálogo, las fotos estaban ahí y yo salía en todas ellas siempre con él.

Al bobo le encantaba el sonido del seguro de las puertas activado por el control remoto, sobretodo si estábamos en una calle llena de gente, sonreía con esa falsa autoestima, repugnante. Apuntaba con el llavero y le subía la adrenalina, como si lo que tuviese en la mano fuera una Magnum. Sus amigos, igual de insípidos y engañados que él, parecían salidos de un ensayo de sociología escolar ¡Qué maravilla! -decían al verme- A uno se le ocurrió preguntar por el consumo de gasolina, luego se quedó pensativo como si hubiese dicho algo fuera de lugar, y cambió de tema.

La que llegó primero fue la novia, después compraron el cachorro. A los pocos meses se casaron. Hablaron de tener un hijo y hacer cambios. El pobre animal fue la primera baja, acabó en casa de la madre de ella, y a mí los días se me hacían interminables en el aparcamiento del edificio, hasta que una mañana se presentó el de las corbatas en una camioneta grande con un hombre joven que me hizo recordar al vendedor del concesionario. Me observó con detenida cara de aburrimiento, encendió el motor y solté mis mejores notas, creí que íbamos a dar un paseo. Todo para terminar otra vez bajo las luces de este cubículo, pero esta vez con modelos pasados de moda, de segunda mano y cansados, como los ojos del miserable, ese tipo tan distinto al hombre del catálogo de mis sueños.

Javier Revolo
Últimas entradas de Javier Revolo (ver todo)

5 Comentarios

  1. onanistaenamorada dice:

    original y triste.
    me gustó.

  2. onanistaenamorada dice:

    ay, un apunte… el título queda demasiado mal sin la tilde de «catálogo»

  3. Onanista:
    Gracias por el dato de la tilde en el titulo. Como podras apreciar tengo un ordenador que esta en ingles -que es la lengua en la que suelo escribir- y no se como hacer para poner las tildes. En word no hay problema, pero aqui… en fin. Gracias y saludos

  4. Zadel:
    Me alegra que te haya gustado.
    Espero leerte pronto

Deja un comentario

Tu dirección de email no será publicada