El Diablo
- publicado el 15/01/2014
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Rol
El ocaso llega a las verdes faldas de las montañas Wymbarr con rutinaria placidez. Los trolls de las cavernas vuelven a sus guaridas para cenarse a sus retoños, los grandes huargos de las nieves se desperezan después de un día de inactividad y los elfos de la luna surcan las primeras luces del ocaso a lomos de sus Águilas Rey.
En medio de toda esta quietud, un guerrero de nivel quince trepa por la ladera más rocosa y escarpada, con sus manazas cobrizas arañando con fuerza las piedras y terrones de arena.
Muy lejos de allí, en una urbanización de Torrelodones…
-Tira percepción. –La voz adolescente casi rompe la atmósfera.
De repente, Randall detiene su ascenso cuando desde la cumbre, cae un peñasco del tamaño de un oso. Lo ve justo a tiempo y lo esquiva por escasas pulgadas (alrededor de dos dedos gordos de pie) gracias a su +9 en reflejos. No en vano le llaman el Intrépido de Tantalia.
Lejos de ser un escalador aficionado, Randall sube aquella cornisa para resolver un entuerto y ganar algunas monedas y un puñado de “Px”. Dicen los habitantes de Pilgrim que, al caer la noche, en la torre de la cumbre se suceden fogonazos de luz purpúrea y que hasta ellos llegan alaridos capaces de matar de miedo al ganado. Tal es así que los vecinos de la localidad le han ofrecido a Randall una cuantiosa recompensa y una noche de lujuria con la hija del alguacil por resolver aquel misterio.
Cuando el intrépido llega a la cumbre, ignora la desafiante mole de la torre y se queda observando el pueblo con una pose mayestática y una larga y sedosa cabellera flameante. De repente, una voz pastosa y aguda irrumpe el solemne silencio que envuelve la cumbre, en las cercanías de los negruzcos muros de la torre.
–Detecto una fuente mágica de inmenso poder. -Fung, un espadón +3 con ignotas propiedades, le habla a Randall desde la vaina en la espalda.
-No hay problema, vengo preparado para cualquier eventualidad. –Randall pasa su mano derecha por su cabellera negra, con una enigmática sonrisa. –Le compré a ese viejo una poción de resistencia a la magia.
Tras echarla una mirada desafiante, se aproxima a una torre que, desde cerca, parece más bien un tronco medio derrumbado por el tiempo y calcinado por las llamas de varios incendios. Sus muros están medio retorcidos y se alzan hacia el cielo como suplicando a los Señores de los Cielos clemencia y una muerte rápida. La sección sur se ha derrumbado y sus sillares permanecen desparramados por el suelo como los juguetes de un gigante. La sección que da al valle y al pueblo de Pilgrim, permanece totalmente en pie, y sus oscuras ventanas guardan un silencio de muerte.
-Veamos quién vive en esta torre. –Randall traspasa el umbral de la torre empuñando su espadón.
Mientras tanto, muy, pero que muy lejos de allí, en un lugar dominado por una luz blanca y cegadora y olor de gofres con nata…
-Tira el dado. –Una voz grave que suena a truenos y tempestades remansadas en un océano de rocas que chocan entre sí.
-Un momento, ¿no quedamos en que tú no jugabas a los dados? –Esta voz suena más corriente, fatigada por los años pero despierta aún por la inteligencia.
-Eso es relativo, tú mismo lo dijiste en otra ocasión.
-Eso es un golpe bajo.
-Dicen que tengo mucho sentido del humor. Vamos ricitos, tira el dado.
De nuevo en la torre de la colina…
Randall forcejea con la puerta hasta que logra traspasar el umbral. Al otro lado no se encuentra con una sala siniestra poblada por quimeras y monstruos, sino con algo mucho más inesperado. Está frente a una mesa rodeada por peculiares muebles y baldosas blancas. Hay objetos metálicos por doquier, probables instrumentos de tortura para los pobres incautos que merodeen por la zona, y un armario blanco que murmura por lo bajo. A pesar de todos estos objetos, el detalle más extraño es que hay dos chicos, con unas vestimentas bien raras, que le observan con la mirada más espantada que Randall ha visto jamás. A pesar de su aspecto juvenil, inofensivo y acobardado, Randall duda de su inocencia. ¿Quién si no unos hechiceros o sacerdotes demoníacos llevarían tales vestiduras? A pesar de todo, el pánico que ve en ellos parece genuino…y son niños. Sin embargo…
-¡Ajá! –Randall repara en que hay unas extrañas piedras de colores por la mesa y en las manos de los niños. La prueba del delito, la explicación de los sucesos que mantienen asustado a medio pueblo. Piedras mágicas, con runas, formas caprichosas con muchas caras, seguramente imbuidas con algún extraño poder. -¡Así que vosotros sois los hechiceros! ¡Morid malditos!
Los niños gritan de espanto y arrojan los dados de colores al suelo, sin poder creer lo que están viendo.
Muy, pero que muy lejos de allí, una risa que suena a tempestades, huracanes y terremotos en armonía, se incrementa cuando el enorme espadón vuela por la cocina de la casa, en pleno Torrelodones.
– El espacio-tiempo tiene sus reglas. Luego no te quejes de que aparecen singularidades y agujeros negros por todas partes y de que los físicos metan las narices.
La voz poderosa resuena de nuevo en medio de una blancura cegadora que huele a gofres con nata. –Ninguno será como tú.
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Ja, ja, ja. Es fantástico, en varios sentidos xD
El primer golpe de risa me ha dado en «Muy lejos de allí, en una urbanización de Torrelodones…». Pero es que el final ya es genial. Muy, muy divertido. Te superas, como siempre.
Un saludón!
Muy bueno!!
WTF!!! Jajajajajaja! Me ha encantado! ^^ El principio me ha gustado mucho, ¡pero el final! Jajajaja. Genial ^^