Rabioso, Pedro y el mazamorrero

-¡Emilia, cuantas veces te he dicho que amarrés a este hijueputa chandoso en el patio!

-Tranquilo mijo, él no es sino bulla…¡¡ Rabioso pal’ patio!!

Ya Emilia no es tan divertida, antes de que Pedro se fuera yo dormía a sus pies. Ahora, con el intruso, mi lugar está en el patio. Cuando él se aleja con sus gritos de sirena ella me deja entrar y comemos juntos la mazamorra que él ha preparado el día anterior. Emilia se la toma sin ganas, yo clavo la cara en el plato hasta que mi nariz toca el fondo. Cuando la desentierro tengo maíz hasta en los ojos y recuerdo cómo eran las mañanas cuando Pedro estaba en casa. Pasaba su pesada mano sobre mi cabeza, a veces también la descargaba en Emilia, que caía en medio de un espectáculo de platos rotos. Él salía dando gritos y ella salía de abajo del mesón. Después llegaba el mazamorrero y la acariciaba con sus manos lácteas ahí donde Pedro la lastimó.

Una tarde Pedro volvió con vajilla nueva y sorprendió al mazamorrero con Emilia temblorosa en sus manos. El intruso voló por la ventana, Pedro lo persiguió. Mientras ella esperaba orinó el sofá, me preocupé, ya me imaginaba a Pedro con el periódico enrollado, pero él jamás regresó.

Ella lloró mucho, aún en sus brazos de mazamorrero, que fue colando su ropa y trastes. Ya no se puede caminar en casa sin tropezar con los bultos de maíz o la olla en la que deja trasnochando la leche y a la que no permite que nos acerquemos. Las mañanas nunca fueron más tristes y la mazamorra nunca supo mejor.

–¡Quite mugroso, déjeme pasar, Emilia llamá al perro!…

-Rabioso…Rabioso… nooo… suelte…-

Ella sigue llamándome a gritos, no hago caso y el contenido de la olla se desparrama. Sabía que esta mazamorra tenía algo de Pedro, lamo la leche de la cabeza que rodó hasta los pies de Emilia, ella ya no dice mi nombre, pero todavía grita.

kaldina
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