Torcer la esquina
- publicado el 18/11/2013
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Desmembrada Pasión
Si se encontraba allí, no me lo podrá negar, la vi distanciándose en la obscuridad sombría de aquel sitio lejano, peligroso, hostil. Su camino solo mostraba ingente cantidad de árboles que al ser tan grandes con sus ramales y lianas, asemejaban vastas montañas con serpientes danzantes sobre su eje. No me acusen de no haberte callado por años lo acontecido, si yo mismo me escondía en los troncos para evitar ser visto, el pavor se apoderó de mí, el frío hacia que mi cuerpo tiritase, mis dientes chocaban tan fuerte, que llegue a astillarme los frontales, ocultando mi sonrisa para siempre. Cada paso que daba la acercaba lentamente a su desgraciada realidad. -¿Quién está ahí?, una voz tenebrosamente obscura en su color, similar a un trueno que dificultaba entenderle si no te concentrabas, de no ser por que hablaba con detenimiento, sería inentendible, los animales que habitaban el bosque, que antes andaban emitiendo distintos sonidos para hacerse sentir, acallaron como si no existiesen cuando le escucharon, únicamente el viento impetuoso e irreverente, se amplificaba formando el silbido atroz que le caracteriza cuando fuerzas mayores le acompañan. –Solo estoy yo como lo pediste. Que contraste apabullante, voz femeninamente dulce, melodiosa, placible al oído de quien la escucha, dotada de sensualidad implícita, natural, sin toques forzados y aparentados, simplemente su sonido personal, su sello y marca gutural. Un silencio sepulcral se adueñó del momento, ni siquiera el chillón silbido se hizo sentir, como si repentinamente todo debía acabar en ese momento para abrir paso a lo novedosamente aterrador, no entendía aun como una de las circunstancias más simples, por el ambiente que invitaba a las fuerzas del inframundo y solo con unas pocas palabras, se hiciera tan atemorizante. –No estás sola. –Si lo estoy amor. ¿Amor?, acaso podía corresponder la connotación de la palabra en ese lugar y espacio, me parecía absurdo, cruel, una burla a lo que nosotros los mortales lo denominamos. Como ese engendro malvado podría ser querido por la bella mujer que me juraba amor eterno, que encendió mis noches, convirtiéndolas de tristes a apasionantes, avasallantes que me hicieron sentir en lo más alto de la estratosfera, donde fácilmente pude ver las estrellas y la hermosura de la luna me hizo alcanzar su aura en una brutal liberación de excesivo placer, creí morir por que jamás había sentido algo similar a la dimensión que ella con sus labios concibió a mi mundo, su tersa piel aromatizada y su caliente vientre devastador de cualquier otro que quisiese retarle, luchando por mantener el control y lograr dominarle, domarle para apaciguarle sin que pudieses reaccionar haciéndote indefenso, para luego aceptar que no era humanamente posible, reconociendo su divinidad , rindiéndote ante lo abruptamente excepcional, postrándote frente a su superioridad majestuosa, ahora orgulloso de lo experimentado, para adorarle cuando le permitiese bajo sus alas ser acogido con dichosa maestría, que solo podía ser resultado de una energía preeminente. Ya se empezaba a excitar su cuerpo cuando la misma voz le hizo agitarse y helar la sangre. –Que no estás sola, no me engañas. Tembló el suelo arenoso, a los robustos árboles se le apreciaba movimiento, como si estuviesen a punto de derrumbarse. Se aferró al que poseía al frente, aquel cómplice que le escondía para no ser sorprendido. Su admirada dama se desplomó sobre la poca grama y el fango pringoso que se le metía en la falda, cubriendo sus rosadas piernas por completo. –Conoces que te amo solo a ti mi señor. Su decepción se hizo notar, pues su dolor causo un suspiro que exhaló desesperado el poco aire contenido para tratar de aligerar su pena de desamor. –Te dije que no estabas sola, expresó más intenso. La dirección del sonido fue hasta donde el testigo, quien al girar para huir cayó sobre su rodilla derecha, lastimándosela gravemente, un grito transmitiendo su sufrimiento se expandió por todo el bosque, se la tomaba con ambas manos y daba vueltas sobre el suelo como los perros que buscan la cariñosa aprobación de sus amos, la diferencia radicaba en que su rostro manifestaba muecas de dolor. Observó a la hermosa chica que una vez fue suya corriendo hacia él, no precisó como se levantó tan ágil, como experto militar que instintivamente se prepara para su rápida retirada ejecutándola paralelamente. –Détente. Hizo caso omiso de su orden, aquella a la cual obedecía sumisamente en todo para tratar de obtener el furtivo premio que únicamente probó por unos minutos en una ocasión y que aun extrañaba y deseaba exasperadamente. Se retiró con la mayor velocidad con que recuerda haber corrido. No miró hacia atrás en ningún momento, siempre hacia adelante para evitar el choque contra uno de los peligrosos troncos, se limitó a desplazarse de manera automática, manteniendo su mente subconsciente con la mecánica de huida y su consciente lejana para que por temor no le impidiera el avanzar al destino de la supervivencia, vivir para contarlo. Una rama le asestó cruel aruño en su brazo izquierdo, pegó un alarido como lobo mordido por otro en su muslo al sentirse derrotado y hacer de igual forma, intentar sobrevivir. No se detuvo ni unos segundos para recuperar el aliento. Solo cuando salió completamente del bosque y se hallaba a unos doscientos metros del último árbol, se aquietó un minuto. Al frente la encontró, una expresión de pavor le acompañó.
-Alfred mi vida, un beso apasionado le hizo erizar la piel, ven conmigo anhelo hacerte mío como la otra vez. El poder que ejercía sobre su cuerpo con su magnetismo de sensualidad podía más que su propio dominio de sí mismo. Continuó besándole, acariciándole, y hasta desnudándose. -¿Qué tal estoy amor? Dio una vuelta mostrando la completa extensión de su perfecta figura que al andar llena de barro, la hacía más salvaje y cotizable por los ávidos ojos de su enamorado. Le toma su tersa retaguardia y le dice: -Hagámoslo aquí. Se abalanza sobre él aprobándole la petición, compenetran sus dos almas en una, total estaba a salvo, no desaprovecharía tan exquisita oportunidad, luchó tanto tiempo para poseerla por segunda vez, revivió el por qué no podía olvidar esas endiabladas caderas y la cálida humedad de su ser, justamente antes de lograr el ansiado clímax inigualable, otra vez la voz le hizo replantear la situación. –Al fin lo trajiste. Gira sus ojos hacia la amorfa figura, su cabeza agigantada y su cuerpo extremadamente delgado y maloliente. -Hoy serás mi cena, le dijo. –Haré lo que sea no me mates por favor. –Entrégame tu sexo. –Nooooo. Su novia con una habilidosa maniobra y un filoso ramal, le arrebató su hombría que lanzándolo a su amo, se aquietó perdonándole la vida.
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