Crisálida electricista

Un gigante electricista trepó el último árbol secuoya. En la copa tejió el capullo donde yacería con la esperanza de renacer como luciérnaga. Murió, pero el capullo adquirió una poderosa fluorescencia que mitificó su hazaña.

El árbol se pobló de crisálidas. Acumuló polvo de siglos venideros. Permaneció firme, a diferencia del mundo.

Cierta noche un gigante de raza nueva tropezó con él. Le pareció milagroso encontrarse una extraña lámpara que le facilitaría reparar su instalación eléctrica. Así lo aprovechó. Luego lo destinó a un cilindro fétido, desde donde los capullos de gigantes anhelantes se desprendieron para fundirse con la luna.

Ismael Benitez
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