Recuerdo sin recordar

Deambulaba por los oscuros callejones de aquél laberíntico lugar, intentando recordar de dónde venía ese dolor infernal. Bajo una lluvia de cristal, con pies de seda y manos de papel. Sintiendo como todo se apagaba dentro de mí a cada paso, como cada bocanada de aire era más densa y menos pura que la anterior, como cada latido bombeaba con menos fuerza y con más dolor, como cada gota de lluvia que caía se perdía en mi piel cual aguja entrelazando hilos de tela, cosiendo y descosiendo heridas.

Me recosté en la pared, fría y húmeda, bajo un viejo balcón del que salía una tenue luz, aquella luz. De nuevo el dolor, de nuevo un fracaso al recordar. Me aparté hacia el inmenso vacío para poder contemplar el ventanal, aquella luz quemaba mis recuerdos, imposible pensar de nuevo. Entonces vino la cortina, y su movimiento, y mi falta de aliento, mis ojos desorbitados, mi latido descompasado. Y la sombra, esa sombra perfecta, esa silueta recortada a contraluz. Otro golpe a mi conciencia, o a su ausencia. No podía recordarlo.

Un silencio sepulcral invadió la calle, hasta el punto de convertir en eco mi agitada respiración. La lluvia no se oía caer, ni los coches pasar, ni los niños gritar, ni las televisiones mentir y manipular, nada se oía, sólo mi vida salía por mi boca gritando y suplicando ayuda mientras mi alma la sostenía para no dejarla escapar.

La luz se apagó y el balcón desapareció, y la sombra se escampó por cada rincón del callejón llenándolo todo de una irremediable confusión.

Entonces me perdí por completo y el dolor me abrazó en gotas de lluvia, acompañándome lejos de aquellos recuerdos que no podía recordar.

Irene Sanchez
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