El buen servicio.

Suspiró profundamente y recogió dos cubiertos. La señora y su hijo se habían encerrado en su habitación completamente a oscuras, con su piel blanquecina, terriblemente demacrada y delgada.

A ella, le estaba terminantemente prohibido entrar en sus aposentos, pero algo tenían que comer y a oscuras subió por las escaleras sin saber que ella sería el último plato que les devolvería el cálido color rosado a la señora y a su vástago.

A la mañana siguiente el ama de llaves y el jardinero se encargaron de enterrar los restos de la cocinera. Y vuelta a buscar otra criada.

Ma Dolores Alvarez
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