Justicia poética.

Sólo se alimentaba de ricachones, la muy víbora, puesto que a su paladar le resultaba mucho mas exquisitos  que los pobres trabajadores.

Tras haberse engullido una veintena de capitalistas banqueros, le tocaba echarse una pequeña siesta.

Aprovecharon los escurridizos financieros para salir corriendo de sus escondrijos e ir a buscar un nuevo refugio.

Más no sabían ellos que el monstruo lo veía todo y que sabía de antemano el lugar donde se escondían su futuro almuerzo. ¡Así de astuta era la temible bolsa!

Ma Dolores Alvarez
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