Bajo el mismo paraguas

Carmen quería empezar de cero. De forma involuntaria, su mente la trasladaba al día anterior; aquel día en el que la gente charlaba, reía y bailaba en la fiesta; aquel día en el que ya no aguantó más que su novio la tratase como si fuese un objeto.

A sus diecisiete años, lloraba por tanto amor derrochado, por tantas ilusiones perdidas. Todo eso lo hacía abrazando con fuerza su almohada, mientras permanecía tumbada boca abajo en su cama. Desahogándose de varios momentos de sinsabor inmerecidos, a veces hundía su cara en la almohada, cayendo a ambos lados de la cabeza varios de sus mechones rizados de color rojo intenso.

El ajetreo vespertino de la calle servía de sonido de fondo para el llanto desconsolado de Carmen. Pero ella se sentía imperceptible al paso del tiempo. No quería pasear un rato, ni leer un libro, ni distraerse un poco con su ordenador. Tampoco le apetecía hablar con nadie. Inclusó rehusó hablar con su madre, quien se mostraba bastante preocupada por su falta de ánimo.

No le apetecía contar con detalles qué hizo la noche anterior y por qué. No anhelaba otra cosa que olvidar a quien hasta entonces fue su novio, junto con todos los momentos que ambos compartieron. Aunque la relación duró un año y medio, su corazón no consentía recordar a un muchacho tan egoísta y dominante. Quería hacer borrón y cuenta nueva.

Pronto pasó del llanto al aburrimiento. Cogió su móvil, que estaba encendido pero en modo silencio. Al fin y al cabo, no estaba con ánimos de quedar en un parque o a tomar café. Sin embargo, sólo encontró un par de llamadas perdidas de su amiga Soraya. Carmen pensó que tendría algún motivo para querer hablar con ella. No perdió más tiempo, pues quiso saber qué quería su mejor amiga. Soraya le contó que pronto sería el cumpleaños de María y que si no le importaba ayudarla a escoger un regalo.

Enseguida se puso el abrigo y corrió con su bolso en una mano y su móvil en la otra. Mientras abría la puerta para irse le explicó a su madre el por qué de su prisa. Su madre quiso aconsejarle que no saliese sin paraguas, pero Carmen tenía tanto ímpetu que no pudo advertirle del mal tiempo.

Ya había recorrido decenas de metros cuando se le ocurrió subirse a un autobús. De hecho, había uno parado en la siguiente calle pero, pese a su reacción, el conductor no aceptó demorarse por unos segundos. Carmen no tuvo paciencia para esperar al siguiente. Además, estaba empezando a llover. Deseosa de llegar al centro comercial cuanto antes, corrió como una loca por la calle en busca de techados y balcones que la guareciesen por el camino. Tan veloz iba que no pudo evitar caer al suelo tras chocar con un joven.

—Ten cuidado, chica —le dijo algo asombrado—. ¿Te persigue alguien o huyes de la policía? Si es lo segundo, querría ser policía para correr detrás de alguien como tú.

Carmen quedó impactada al ver el rostro de esa persona por primera vez. A pesar de que le dolía un costado, fue capaz de reír casi tanto como antes lloró. El muchacho, que era de su misma edad, la ayudó a levantarse.

— ¿Estás bien? —le preguntó con amabilidad.

Ella afirmó con la cabeza, a la vez que dejó escapar una sonrisa.

— ¿Te acompaño? —continuó el desconocido—No me corre prisa.

La joven dudaba en si preguntarle su nombre o pedirle su número de teléfono. Finalmente respondió con un «vale», tanto eufórica como tímida. Durante el camino restante al centro comercial, ambos conversaron con plena confianza. Sin duda, la química del amor empezaba a hacer efecto entre ellos.

Ursula M. A.
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