«Segundos que duran horas.»

«¿Cuántas horas caben en un segundo?»

Ese fue el único y estúpido pensamiento que cruzó mi mente cuando sus ojos se clavaron en los míos. Podría haber sido cualquier ñoñería que aludiera a las mariposas que comenzaron a revolotear, histéricas, no sólo en mi estómago, sino por todo mi cuerpo. O podría haber sido una alusión al brillo que iluminaba aquellos irises oscuros. O, incluso, a la ferocidad de esa mirada casi animal, que me atraía y me incitaba a caer, como si fuera la gravedad al pie de un precipicio… Y yo estaba tan dispuesta a saltar…

Podría haber sido un pensamiento relativo a cualquiera de esas cosas, por separado. Pero no. Las englobó a todas sin siquiera darme cuenta. Las englobó de una manera extraña, y me trasladó a las noches de insomnio en las que fantaseaba con el momento en que nos encontraríamos… Y él me vería al fin… Pero ni el más dulce y realista de mis sueños me había preparado para ese instante.

La luz de los focos le arrancó un destello a aquellos ojos oscuros y profundos, que en milésimas de segundo hicieron aparecer cientos de miles de agitadas mariposas por todo mi cuerpo, y que me incitaban a perderme en ellos, a navegar en ellos, a vivir y morir y soñar en ellos… Me sentí devorada por dentro y por fuera, fuerte y débil a un tiempo, y tan poderosa por que aquellas dos hermosas esferas fueran para mí durante un segundo… Ese segundo que me hizo perder el sentido de la realidad, que estiró el tiempo una y otra vez, resistiéndose a terminar… Supe que podría pasarme la vida entera allí, de pie, sólo mirándole a los ojos… Fue sólo un segundo, pero duró horas.

Sarah Havok
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