Las vacaciones

Bobo y Paula bajaban la calle cargados de maletas, buscando en el errático GPS del móvil su destino vacacional, la calle Benito Borja, 35, 2ºC.

—Disculpe —preguntó Bobo a un viandante—. ¿La calle Benito Borja?

—¡Hombre, claro! Mire, síganme, que yo voy en esa dirección.

Bobo y Paula siguieron al viandante, pero tras un buen trecho andado justo tras él, empezaron a tomar una distancia prudencial.

—Pero vengan, vengan —dijo enérgico el viandante—. Si es por aquí.

Las caras de Bobo y Paula eran de cierto desconcierto, pues era raro seguir tanto tiempo andando al lado de un total desconocido.

—No se preocupen, si yo también desconfiaría. Pero vengan, es aquí mismo.

Pronto, Bobo avistó el cartel de la siguiente calle: Benito Borja.

—Muchas gracias, caballero —se apresuró a decir—. Ya es aquí, se lo agradezco mucho.

—No, si yo sigo por esta calle —dijo el viandante—. Ya le he dicho que iba hacia acá.

Paula agarró a Bobo del brazo y levantó los ojos al cielo. No les quedó más remedio que seguirle hasta llegar al número 35, al que llegaron al poco.

—Bueno —dijo Bobo dejando su maleta en el suelo y descolgándose la mochila— Nosotros ya le dejamos.

—Ah, pues qué casualidad, este es mi portal.

Paula y Bobo se miraron incrédulos. No se movían, no sabían qué hacer.

—Pero no se queden ahí —dijo el viandante—. No se preocupen, si yo tampoco me fiaría. Es una casualidad, nada más.

Mochilas nuevamente a los hombros y maletas en mano, Bobo y Paula fueron de nuevo tras el viandante, pasando al frescor oscuro del pasillo del portal.

Entraron juntos en el ascensor y Bobo y el viandante se lanzaron a darle al botón del número 2.

—Vaya —dijo el viandante—, pues sí que es casualidad.

—Pues sí, oiga —dijo Bobo algo indignado—, sí que lo es.

—No se preocupen, esto no es nada. Yo estaría como ustedes, que no me fiaría, de verdad.

La campana del ascensor les indicó que era el momento de ir a buscar su apartamento. Salieron a un pasillo de claroscuros bañado en plantas de interior que emergían de macetas de dudoso gusto. El camino a la letra C iba a la inversa, al lado del ascensor estaba el F. Pasaron por el E y vieron nerviosos cómo el viandante tampoco se metía en el D. Cuando se paró en el C y sacó las llaves les dio un vuelco el corazón.

—Pero oiga, que este es nuestro piso.

—¿Ah, sí? Pues sí que es casualidad, oiga. No se queden ahí, pasen, pasen.

Bobo y Paula pasaron tras el viandante y fueron directamente al dormitorio a dejar sus equipajes entre miradas de desconcierto.

Ya en el salón, el viandante estaba sentado en el sofá, con postura relajada y una cerveza fría en la mano.

—Hay más en la nevera, cojan una.

Bobo y Paula no terminaban de moverse, en una indecisión fruto de la incomprensión.

—No se preocupen, yo tampoco me fiaría, pero les aseguro que una cerveza fresquita les hará muy bien.

—Pero, oiga…

—Nada, nada. Vengan, siéntense aquí, hay sitio.

Con el viandante entre los dos, Bobo y Paula miraban hacia el televisor apagado con el foco en el infinito.

De pronto, Bobo se levantó y abrió el ventanal que daba al balcón. El viandante también se irguió y se puso a su lado.

—¿Para salir al balcón? —dijo Bobo.

—Hombre —dijo el viandante—, justamente es por aquí, sígame.

Salieron y el aire cálido y veraniego les rodeó de inmediato.

Bobo se acercó a la barandilla y acto seguido el viandante la superó, pasando primero una pierna y luego la otra, quedando agarrado a espaldas de la estructura metálica.

—Es por aquí, ¿no? —inquirió Bobo.

—Sí, sí. Qué casualidad, ¿eh?

—Pues ya ve que sí, pero mire —dijo Bobo adelantando una de sus piernas por encima de la barandilla—, yo de usted no me fiaría.

Yizeh. 13 de agosto de 2016

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Yizeh Castejón
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