MUY NOBLE VILLA

 

 

Capítulo 1

En donde conocemos a Juan de Arcayne, infanzón, e inicia su relato sobre la concesión del título de Muy Noble.

 

 

En el nombre de Nuestro Dios Jesucristo y de su bendita Madre, Madona Santa María y de todos su benditos santos y santas, amén.

Ayer, 13 de noviembre del año de gracia de 1291, a poco de fallecer nuestro muy amado rey don Alfonso y sucederle su hermano Jaime, el honrado Padre y Señor don Hugo, por la gracia de Dios Obispo de Zaragoza, junto con sus vasallos de la Villa de Albalate y los lugares de Ariño, Arcos y Andorra, de la Villa de Alcañiz y los lugares de Alcorisa y Alloza, entre otros, acordamos y firmamos los términos de los dichos lugares.

Entre los representantes de Andorra estuvo yo, Juan de Arcayne, infanzón, y escuchando a nuestro ilustre señor Obispo no pude menos que recordar que este es el remate de un proceso que se inició en mi juventud ya lejana, cuando el muy alto señor don Jaime, por la gracia de Dios, rey de Aragón, concedionos el título de Muy Noble por el valor mostrado, por parte de mis compañeros, en la toma del reino infiel de Valencia.

La bondad y misericordia de Nuestro Señor Dios y su bendita Madre sean por siempre alabados por los honores que nos concedieron amparando nuestras vidas en los muchos peligros y combates en los que nos vimos los andorranos implicados en la salvaguarda de la cruz y de nuestro señor rey en la guerra de Valencia.

Tenía a la sazón veinte años recién cumplidos, de complexión robusta aunque delgada, talla media, cabello castaño y, creo, ojos vivos y expresivos. Desde hacía seis años era mayor de edad según nuestras leyes, aunque ésta aún tardara en aceptarse un tiempo, hasta la Compilación de Huesca de 1247.

Como tantos otros andorranos aquella noche no había podido dormir, así que me levanté temprano, antes que el sol coronara, y senteme en la ventana, mientras en casa mis padres dormitaban y mis hermanos se apoderaban del lecho, como si en aquel día de invierno de 1236 fuera a pasar a ser de su exclusiva propiedad, y rogué a Nuestra Señora Madona Santa María me protegiera si así placía al cielo en aquella guerra a la que nuestro señor rey don Jaime llamaba a sus vasallos.

Decíase que nuestro muy alto rey había sido excomulgado sufriendo una enfermedad que lo puso a las puertas de la muerte. Cuando pidió la absolución su confesor la condicionó a la liberación del Obispo de Zaragoza Bernardo, a quien había hecho prisionero, y a celebrar una cruzada contra los musulmanes. Perdonado de sus pecados por la misericordia de Nuestro Señor Jesucristo y recuperado de su enfermedad, el rey don Jaime convocó cortes en Monzón en octubre de aquel año de gracia de 1236 acordándose la cruzada contra el reino musulmán de Valencia.

Era el tiempo de las grandes cruzadas, el rey Fernando de Castilla había conquistado hacía pocos meses Córdoba y ocho años antes el emperador Federico de Alemania había comenzado la sexta cruzada contra Tierra Santa. Desde hacía ochenta y siete años nuestra comarca entera servía de frontera entre nuestro reino y el de Valencia, con lo que existían una serie de fortificaciones que protegían Aragón del ataque infiel. Nosotros éramos la segunda generación aquí nacida después que nuestros abuelos bajaran de los Pirineos para su repoblación. Pertenecíamos a la Villa de Albalate y teníamos, desde la conquista a los infieles, como señor natural al Obispo de Zaragoza.

Valencia era como un sueño dorado. Por estas tierras en que vivo había cabalgado el Cid, cuyas gestas cantaban los juglares, causando en nuestros jóvenes corazones el ansia de grandeza, disparándonos la imaginación hacia la gloria y el botín. Desde siempre los reyes aragoneses se habían interesado por ella. Antes de la conquista de Huesca en 1096, ya dominaban plazas en Castellón, a orillas del mar. Y, después de la toma de Huesca, el rey Pedro acudió en ayuda de su consuegro el Cid para proteger Valencia de los almorávides. Después de la muerte del Campeador se perdió la ciudad, que fue sitiada por nuestro rey don Alfonso el Batallador en 1129. A su muerte nuevamente se perdió. Ahora ya no se iba a tratar de una mera guerra sino una cruzada, en la que intervendría la verdad, la misericordia y la justicia de Nuestro Señor Dios, e iniciáronse oraciones y misas y beneficios por el éxito de la empresa.

 

 

Capítulo 2

En donde tenemos una visión de cómo era Andorra a principios del siglo XIII

 

 

Como decía, la toma de Valencia era un antiguo sueño aragonés y el espíritu fronterizo de nuestra comarca había favorecido acciones aisladas de caballeros y peones sobre el reino musulmán, favorecidos desde que en 1224, tenía yo entonces ocho años, se produjeron en Valencia movimientos de dispersión de la autoridad, con la aparición de pequeñas taifas y el consecuente debilitamiento del reino. Abú Zeyt aún conservaba el poder en Valencia, pero había trasladado su gobierno a Segorbe. El rey don Jaime siempre detuvo las acciones guerreras de los aragoneses, temeroso de que los nobles hiciéranse demasiado poderosos poniendo en peligro el poder real. En cambio, consiguió en las Cortes de Barcelona de 1228 el acuerdo para la conquista de Mallorca, empresa en la cual nosotros los aragoneses no estábamos interesados. Así fue como, en la conquista de las islas, sólo participaron algunos nobles aragoneses a título personal, y como, un año después, los catalanes se opusieron a la conquista de Valencia, con lo que ésta fue una empresa aragonesa, como aquella catalana.

Aquel año de gracia de 1229 el rey don Jaime pactó con Abú Zeyt el Tratado de Calatayud, lo que llevó al sometimiento de Castellón y a que Blasco de Alagón atacara Morella y Aras. No obstante, hasta su excomunión, nuestro señor rey no estuvo mayormente interesado en conquistar Valencia.

En todo esto pensaba mientras miraba por la ventana del dormitorio. Daba al oeste y desde ella veía los espesos bosques de encinas que rodean nuestra villa y el barrio morisco, en donde había jugado en mi infancia con chiquillos cuya única diferencia conmigo era que no reconocían a Nuestro Señor Jesucristo como Hijo de Dios y Dios mismo, aunque sostienen que es el mayor profeta de Dios después de Mahoma. A mis padres, como buenos cristianos, nunca les gustó mi confraternidad con ellos y decían que bien está que los toleremos, pero que no es de ley cultivar su amistad, porque, al igual que una manzana podrida corrompe las sanas, también las herejías emponzoñan los corazones puros. Y todos en el reino debían pensar igual, porque los moriscos son respetados pero no se mezclan con nosotros con lo que, aún dentro de las villas, y la nuestra no es excepción, vivimos en barrios separados. Y otro tanto puede decirse de los judíos, pese a ser peor vistos porque son quienes crucificaron a Nuestro Señor Jesucristo como todo el mundo sabe.

Las mañanas eran ya frescas y la brisa sobre la piel desnuda creaba que adquiriera aspecto de gallina y, sin embargo, no me recogí para proteger mi torso porque aquel amanecer acaso fuera el último que viera tan hermoso en mucho tiempo. Los techos del barrio morisco íbanse iluminando a medida que surgía el sol como un preludio de lo que iba a venir, pasando del negro de la muerte al dorado glorioso y, por último, al rojo sangre en aquellas construcciones, más modestas que las cristianas, porque mientras éstas tenían los cimientos de piedra, aquellas eran básicamente adobe y más semejaban mases que lugar mismo, por lo que los cristianos solemos llamar al barrio morisco las masadicas royas, aunque no es este su verdadero nombre porque siempre, desde que tengo noticias, se ha llamado a la población Andorra.

El humo que surgía de las chimeneas evidenciaba que sus habitantes empezaban a mover para sus quehaceres cotidianos. Otro tanto ocurría en el castillo y vi pasar a más de un peón con cara de sueño dirigirse a las caballerizas, lo que hasta los catorce años siempre me mantuvo intrigado, puesto que son soldados de a pie. El castillo no era nuestro aunque vivíamos en él, ya que mi padre era el alcaide. No podía compararse a las maravillosas construcciones que existen repartidas por todo el reino, pero era robusto y cumplía su cometido de plaza fuerte. Habíase construido hacía unos ochenta años, cuando toda esta comarca se convirtió en la extremadura, digo, la frontera, entre las tierras aragonesas y las de Valencia. Ubicado sobre una roca, que servía de cimientos, dos partes daban al barranco, por la tercera se podía llegar a pie y en la cuarta estaba adherida la iglesia de Nuestra Señora María Magdalena, construida por las mismas fechas. Tampoco puede compararse, con su forma rectangular, su ábside cuadrado y su cubierta de madera, a otras tan magníficas como la de Jaca, pero tampoco hay que olvidar que Nuestro Señor Jesucristo prefirió nacer en un establo antes que en un palacio, y la iglesia andorrana fue construida con todo el amor hacia Nuestro Señor Dios y su bendita madre madona Santa María.

Alrededor estaba la población, primero la cristiana, después el barrio de los musulmanes, otro más pequeño donde vivían los judíos y, ya en las afueras, la ermita de nuestro señor San Julián, cuya advocación trajeron nuestros abuelos al descender de los Pirineos.

 

 

Capítulo 3

En donde se habla de las cruzadas y los voluntarios andorranos

 

El trajín iba en aumento cuando se abrió la puerta. Mi padre se detuvo en el umbral al verme ya levantado.

-No podía dormir –comenté.

Sonrió en un gesto que era característico de él, moviendo únicamente la comisura derecha y semicerrando un ojo, hasta el punto que nunca se sabía si sonreía o se burlaba.

-Dudo que exista cristiano que haya dormido esta noche. Vístete presto.

Empezaba a sentir un nerviosismo que diríase miedo, porque nunca había asistido a ningún combate y la suerte de los hombres es incierta, porque toda está en manos del Hacedor y del futuro nada se sabe. No es que en aquel momento quisiera huir cobardemente, sino que hubiera deseado entrar en lucha ya y no tener más esperar ni haber de pensar, porque yo no iba a gusto a aquella guerra. Era infanzón y tenía mis deberes para mi señor rey, pero yo no había elegido nacer quien era ni me habían hecho nada los musulmanes de Valencia, aunque no niego que entre mis juegos infantiles, con otros chiquillos cristianos, la conquista del reino era el nuestro preferido. Además mis mejores amigos vivían en el barrio morisco, lo que me había dado quebraderos de cabeza en casa y alguna pelea con otros chicos cristianos al burlarse de mí. Quiero decir con esto que no era cobarde, pero sí que iba obligado a la guerra. De haber sido  una normal, habría evitado el ir, ningún andorrano habría ido seguramente. Pero era una cruzada. Dios quería aquella guerra y como buenos cristianos no podíamos negarnos, aunque nunca he comprendido el motivo por el cual Nuestro Señor desee una guerra si habla de amarnos unos a otros. Ni aún ahora lo comprendo y, tal vez como consecuencia de la edad, he llegado a discutirlo con el padre Ubaldo y éste me ha ordenado callar, porque mis palabras apestan a herejía, y no es prudente hablar así después que nuestro señor rey don Jaime estableciera la Inquisición en el reino.

Por otra parte existía el antiguo sueño aragonés de conquistar Valencia, por lo que tan pronto los heraldos reales dieron la buena nueva fueron cientos los voluntarios en todo el reino en tan magna empresa, y Andorra no fue distinta. Labradores, artesanos, mancebos y mayores apuntábanse a la cruzada con el viejo grito de Dios lo quiere. Obligado por mi nacimiento, por ser hijo de quien era y contagiado, pues ello es cierto, de los ánimos de mis amigos, fui uno de los primeros voluntarios en la villa, aunque a medida que iban pasando los días me iba dando cuenta de la estupidez cometida, mas era tarde para rectificar y ya no había remedio. Hasta tal punto quedé conmovido que evité a mis antiguos camaradas moriscos, porque no tenía valor de mirarles a la cara.

Mis padres y demás cristianos que me apreciaban celebraron este desapego suponiendo que al fin se me habían abierto los ojos, pero yo sufrí, y en la capilla del  castillo solicité perdón a Nuestro Señor Jesucristo, porque me era más preciosa para mí su amistad que no ganar Valencia para la cruz.

No era éste el sentir de los demás voluntarios andorranos, para quienes, como todos los que van a las cruzadas, significaba una mezcla de piedad y devoción verdaderas junto a la ambición de tierras y botín, en las que se olvidaban las disputas internas debido al convencimiento de que trabajaban para Dios y aproximaban el Reino de los Cielos, aunque no todo fue siempre tan piadoso. Aún recuerdo los comentarios en Andorra y en toda la cristiandad sobre la llamada cruzada de los niños, en la que siete mil infantes que acudieron a ella fueron vendidos como esclavos por los mercaderes cristianos genoveses.

 

 

Capítulo 4

En donde se habla de la toma de Valencia y termina la narración

 

No sabría decir en qué momento concreto realizamos la acción por la cual nuestro muy alto rey don Jaime nos concedió el título de Muy Noble, porque los hechos fueron muchos y varios y todos procuramos que en ellos el honor andorrano prevaleciera sobre los miedos particulares, animándonos unos a otros. Sin embargo, no andaría descaminado si fue debido a la misma toma de la ciudad de Valencia, porque ninguna campaña de la guerra fue tan desorganizada y nuestros enemigos mayores en número, con lo que he de decir que la conquista fue obra de Dios, que nos hizo la gracia.

En las cortes de Monzón de 1236 se había acordado convocar a la hueste de Teruel para la Pascua Florida de 1237, que cayó el 17 de abril, y por otro lado se enviaron emisarios a Roma para que gestionasen la proclamación de la cruzada.

A raíz de la rápida respuesta de los vasallos aragoneses el ejército se puso en marcha antes de que los cruzados extranjeros llegaran. Mas éramos tan débiles que el rey don Jaime temió ser derrotado, con lo que se limitó a fortificar el Pueyo de Santa María, donde quedamos asentados en junio del año de gracia de 1237. Allí, a primeros de año, reunió a sus caballeros y prometió solemnemente la conquista de la ciudad, nos no pasaremos Teruel ni el río de Tortosa hasta que hayamos tomado Valencia, repetían sus palabras entre las huestes.

En abril nuestro señor rey puso sitio a Valencia. Éramos 140 caballeros de paraje, 150 almogávares y mil de a pie, y aunque se nos unieron entonces más caballeros de Aragón y Cataluña y los cruzados de la Occitania, Alemania, Hungría, Italia e Inglaterra, seguíamos siendo insuficientes para aquella ciudad bien amurallada y pertrechada, y que poseía muchos caballeros sarracenos y muchos ballesteros y otros hombres de armas. No obstante, nuestro señor rey confió en la misericordia de Dios, porque no era de ley que nos abandonara frente a los infieles. Y así, cristianos y musulmanes morían a golpes de lanzas y de espadas y hacíanse cabalgadas apresándose gran número de sarracenos y de ganado al tiempo que los trabucos lanzaban grandes rocas día y noche contra la ciudad.

Sin embargo, Valencia resistía porque había solicitado ayuda al rey de Túnez contra cuyas fuerzas hubimos de batirnos aquel agosto. Y entonces se precipitaron los acontecimientos. Temerosos de que recibieran nuevos refuerzos, dos ricos hombres del rey, don Pedro Ferrandis de Azagra y don Exímenes de Urrea con un pequeño ejército de voluntarios, entre los cuales estábamos los andorranos, nos apoderamos de Silla, una torre que domina la parte meridional de la Huerta y fundamental para la defensa. Combatímosla bien durante siete días y el octavo retiráronse. Era el 17 de agosto y cinco días después la ciudad pidió un armisticio, capitulando el 28 de septiembre del año de gracia de 1238. Nuestro señor rey firmó los documentos el día 30, pero la entrada oficial en Valencia fue el 9 de octubre, día de San Dionisio.

La conquista del reino se completó con las campañas de Alcira y Játiva en 1244 y de Biar en 1245, con lo que fueron diez años de luchas por mar y tierra. Diez años sufriendo lluvias, vientos, truenos, hambres, fríos y muertes; apoderándonos de villas, castillos, burgos y lugares de las montañas y los llanos. Diez años para conquistar aquel sueño que al final no fue para los aragoneses. Nos pertenecía por derecho de conquista, pero temeroso de que la nobleza aragonesa adquiriera así un poder peligroso para el propio rey, don Jaime creó el reino de Valencia otorgándole sus propios fueros. Remató su persecución a los aragoneses con la concesión a Cataluña de las siguientes regiones aragonesas: desde la ciudad de Lérida hacia el sur y todas las tierras de Tortosa hasta la desembocadura del Ebro. Aún nos quitó más territorios, aunque éstos fueron devueltos por sus sucesores después de diversos pleitos.

Es una ironía que nuestro muy alto rey don Jaime, que se portó con sus vasallos aragoneses igual que el rey de Castilla con el Cid, premiando nuestra lealtad con la traición, fuera quien nos concediera el título MUY NOBLE, cuando él no lo fue. Aún recuerdo como comenzaba:

Sepan todos que Nos, Jaime, por la gracia de Dios rey de Aragón, de Mallorca, de Valencia, conde de Barcelona y señor de Montpellier…

 

FIN

 

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