Evocando a Caín (12)

CAPÍTULO 13

 

Ladrones de ganado

 

Billy permaneció algo más de un mes en Las Vegas, principalmente porque entre los de la Banda de Dodge City, que habían acudido con el ferrocarril, estaban Dave Rudabaugh y Tom Pickett, que habían sido compañeros suyos durante el tiempo que estuvo trabajando para John Tunstall. Fueron ellos quienes le informaron en agosto de que se había descubierto oro en el condado de Lincoln y de su intención de desplazarse allí.

Billy y Folliard los acompañaron hasta el rancho de Frank Yerby, en donde  Charlie Bowdre trabajaba ahora como capataz. Yerby contrató a Rudabaugh y Pickett, pero no a Billy; desde su fuga de Lincoln la situación había empeorado y no quería problemas legales si lo descubrían trabajado para él. Sí, en cambio, hubiera contratado a Folliard, pero éste se negó.

-¿Dónde vamos ahora? –preguntó Folliard cuando abandonaron el rancho de Yerby.

-¿Probamos suerte en el pueblo nuevo? –sugirió Billy.

El descubrimiento de oro había generado la aparición de un campamento minero llamado White Oaks, que había crecido muy rápidamente.

Folliard se encogió de hombros. No tenían dónde ir y tan bueno era un sitio como otro.

Su detuvieron en Fort Sumner, que les venía de paso, saludaron a sus amigos y luego entraron en la taberna para comer y continuar ruta.

Billy se detuvo. En una de las mesas estaba John Chisum. Todavía les debía el dinero prometido en la guerra del condado de Lincoln y Billy aprovechó para reclamárselo. Después de todo eran 500 dólares, que era una bonita cantidad y que le permitiría vivir una temporada evitándole robar ganado. Pero el avaro no tenía intención de soltar un centavo.

-Billy –se justificó -, sabes muy bien que yo nunca te contraté para pelear en la guerra.

Un subterfugio. Era cierto que no le contrató directamente, pero no lo era menos que lo prometió a todos los reguladores cuando el padre de Tunstall los financió. Billy frunció el ceño.

-Siempre pago mis deudas honestas…

¿Honestas? ¿Qué quería decir con aquello?

-… No te debo nada. ¿Qué harás, matarme? –fatuo -. Puedes hacerlo. Soy ya un hombre viejo al que no le queda mucho tiempo.

El tono, una rara mezcla de impertinencia, cinismo y soberbia enfureció a Billy. Matarlo no, pero una bala en cada brazo, otras dos en las piernas y una patada en las pelotas no habría venido mal. Su frialdad se impuso a su mal humor.

-No mereces una bala –respondió.

Al menos de momento.

No siendo minero y sin ganas de destripar la tierra Billy tenía intención de mantenerse con el juego en White Oaks, pero aquí no era tan sencillo. El oro había atraído gran número de tahúres y fulleros deseando conseguirlo con sus manos limpias, con lo que las ganancias de Billy eran mínimas cuando lo conseguía. Necesitaba algún ingreso adicional y despedirse de las cartas en aquel pueblo.

White Oaks tenía la suficiente demografía como para tener problemas de alimentación, puesto que todos se dedicaban a extraer oro sin preocuparse de lo demás. Había pues gran demanda de carne, preferible a las verduras, y no tardó en aparecer un mercado que no hacía preguntas sobre el origen de las chuletas.

Aquel otoño de 1879 Billy entró conscientemente en la delincuencia al crear su propia banda. La implacable persecución de Wallace había aniquilado las antiguas cuadrillas de forajidos creando un vacío que Billy iba a llenar con la suya. Aunque existía una gran diferencia con las anteriores: él sólo iba a dedicarse al cuatrerismo, nada más. Por eso la pandilla fue conocida como  The Rustlers (ladrones de ganado)

Hasta ahora sus robos habían sido esporádicos, pero esto cambió en estos momentos adquiriendo una continuidad que iba a exasperar a Chisum.

Dado que no quería pagarle la deuda en metálico, Billy se lo cobraría en especies. Desde aquel día el ranchero se convirtió en su víctima predilecta. La segunda vez que fue objeto de la rapiña de Kid, Chisum acudió arrastrándose al Círculo de Santa Fe, tanto que los denostó antes, mendigando ayuda contra el azote de Billy.

Folliard, como no, fue el primero en unirse convirtiéndose en su lugarteniente, le siguió Charlie Bowdre y otros amigos, más por amistad y echarle una mano que por necesidad, puesto que varios, como el propio Bowdre, tenían trabajo. También se unieron al enterarse, Rudabaugh y Pickett. Excepto Folliard no siempre iban todos en la cuadrilla al mismo tiempo, pero siempre cabalgaba alguno en un momento u otro.

Su entrada de lleno en la delincuencia no fue bien recibida por todos sus amigos, aunque todos la comprendieron. Billy no era un hombre malo, diría muchos años después Susan McSween a Miguel Antonio Otero cuando éste recopilaba datos para escribir «The Real Billy the Kid», él no era un asesino que matara sin sentido. La mayoría de los que mató se lo merecían. Por supuesto, no puedo defender muy bien su robo de caballos y ganado; pero, cuando se considera que personas como Murphy, Dolan y Riley lo forzaron a llevar una vida tan sin ley a través de sus esfuerzos para arrestarlo y condenarlo, es difícil culpar al pobre muchacho por lo que hizo.

La idea de Billy era sencilla: robarle caballos y ganado a Chisum y venderlos en White Oaks, Las Vegas y en Texas. Y si robaba en este último Territorio, los vendería en Nuevo México.

A lo largo del año su movilidad se incrementó. Nunca estaba donde esperaban y recibía sin cesar ayuda de los nativos mexicanos, porque era el único que les ayudaba a ellos, viéndole como una especie de héroe, pero incluso entre los agentes de la Ley tenía simpatizantes, como Kimbrell.

Llevaba el ganado robado a través del desierto de Llano Estacado o escondía los caballos en cuevas poco conocidas, como en Los Portales, un hueco en las llanuras con manantiales, que poseía una de las pocas fuentes de agua buena en el Llano, antes de concentrarlos en el antiguo rancho de Chisum en Bosque Grande. Billy rió a carcajadas cuando comentó la cara que pondría el viejo si lo supiera.

Finalmente hizo tratos con William Wilson, un joven poco más viejo que él, que poseía un establo de librea en White Oaks, para almacenar los animales.

Fue por esas fechas cuando se enteró que habían asesinado a John Jones. Sin dudarlo, dejó a Folliard al cargo de la banda y se desplazó al rancho de los Jones. Aquella familia le había salvado y cuidado cuando llegó medio muerto del desierto. Lo menos que podía hacer era darles el pésame.

Jim le informó cómo habían matado a su hermano.

John había discutido con un hombre por un asunto de ganado robado. La discusión llegó a tal extremo que sacaron las armas y John lo mató. Con orden de busca y captura decidió entregarse. En el rancho de Milo Pierce se detuvo un instante. Allí, Pierce le sujetó las manos cuando iba a estrechárselas y un agente de la Ley, Bob Olinger, le disparó dos veces por la espalda.

Mientras regresaba no podía dejar de pensar en el asesinato de su amigo; por la espalda. El asesino era un representante de la Ley. Otro que decía defender la legalidad, como el Gobernador que le había convertido en proscrito, como el que le prometió el indulto si declaraba y sólo quería encarcelarle, como los que defendieron a los asesinos de Tunstall, sheriffs, jueces, militares… Los que ostentaban el poder, los que decían lo que estaba bien y mal plegando las leyes a conveniencia de sus intereses.

Comprendía a Jesse James y nunca, como en aquellos momentos, estuvo tan tentado de seguir sus directrices. Sólo le detuvo el recordar que también había gente honesta, como Whitehill, el sheriff de Silver City, o Kimbrell, el de Lincoln, pero, ¿qué podían hacer aquellos pocos contra el gran número que corrompía las leyes o las dictaba?

En un Gobierno de Cleptómanos, ¿era indecente que él hiciera lo mismo? Al menos no era un hipócrita como ellos, no se amparaba en la Ley ni fingía ser honrado, mucho menos acusaba a otros de sus propios delitos como hacían ellos.

Hacer lo correcto.

Las palabras de fray Perico acudieron a su mente no como un golpeteo sino como en una conversación tranquila. Tuvo la sensación de tenerlo al lado. Mal que bien siempre había intentado cumplirlo y ¿de qué le había servido? Ser perseguido como una alimaña por quienes robaban más que él, por quienes gobernaban, cuando no mangoneaban, Nuevo México saqueando a los pobres, los únicos que no tenían ninguna defensa, analfabetos, sin dinero, en un país en el que todos eran iguales ante la Ley, excepto su aplicación, porque ésta dependía del dinero que poseyeran en los bolsillos.

Su idiosincrasia adolescente le empujaba a rebelarse contra aquel abuso, atacar aquel sistema corrupto de gobierno ¿democrático?, porque quienes lo poseían no habían sido votados por su valía sino porque eran quienes mejor habían mentido al pueblo y deseaban perpetuarse y enriquecerse a costa del pueblo. ¿Qué otra cosa podía esperarse más que ser robados, esquilmados, abusados, cuando los que gobernaban y quienes les defendían eran los mayores ladrones? La prueba estaba en John Kinney, el cabecilla de la banda a la que perteneció Jesse Evans antes de independizarse. El que fuera jefe de los Seven Rivers Warriors, ante la persecución a la que Wallace lo sometía, se había hecho agente de la Ley. Todos lo habían aceptado sin hacer preguntas incluso quien lo acosó justo la víspera. Bob Olinger, el asesino de John Jones, era otro ejemplo.

¿Cómo no rebelarse?

Sí, Jesse James tenía razón en muchas cosas.

Sólo que era inútil.

Desde que se fue de casa, para conocer a su padre, la vida le había enseñado que nada cambia, que como mucho podrían cambiar las caras y los nombres, pero no lo que eran ni lo que representaban. Siempre habría un granuja que gobernara y robara más de la cuenta.

A finales de año, dentro de tres meses, cumplía 18, aunque él creía que serían 20, según la fecha que le dijo su tía. A sus 17 años y pico poseía muchas características propias de la edad, pero mentalmente era más maduro de lo que se podía esperar. La vida, desde que abandonó el hogar, se había encargado de ello. No era, por tanto, ningún idealista estúpido sino un muchacho práctico que conocía sus limitaciones y no se dejaba embaucar por los bonitos espejismos de igualdad, libertad y fraternidad. La vida era como era y punto. Y si no se podía vivir en ella había que aprender a convivir con ella.

Sin embargo, seguía teniendo 17 años y no pudo resistir la tentación de dar por saco a quienes le acosaban, pero de una forma más inteligente a como se la esperaban. Les daría donde más les dolía: el dinero.

-¿Dinero falso? –se extrañó Tom Folliard cuando se lo dijo nada más llegar -. ¿Cómo?

-Hay unos supuestos compradores en Colorado –explicó recordando la conversación con Jesse James -. Les vendemos el ganado, nos lo pagan con dinero falso que ingresamos en el banco. Al cabo de unos días lo retiramos y nos dan dinero legal. Puesto que se trata de ponerlo en circulación nos pagarán las reses a buen precio y sin preguntas.

-También correremos más peligro. Si circula dinero falso pronto tendremos a los federales en Nuevo México.

-¿Qué pasa, que ahora no lo corremos?

-Sabes lo que quiero decir. Creo que nos vamos a exponer de la manera más tonta. Ya nos persiguen demasiados para que además se añadan los federales.

– En eso tienes razón. Si quieres irte, lo entenderé.

-No he dicho eso.

El tono era de dolor.

-Perdona –respondió Billy -. No he querido herirte, ni quiero que te vayas, pero… -se interrumpió. Tardó en proseguir-. Creo que el asesinato de John me ha afectado bastante.

Tom conocía el episodio. Billy debía su vida a aquella familia; normal que estuviera… Golpeó afectuosamente el hombro de su amigo y retuvo la mano en él.

-¿Cuándo nos ponemos en marcha? –preguntó.

El primer paso consistió en llevar todo el ganado robado al rancho de Frank Yerby, donde cambiaron la marca a todas y cada una de las reses. El ranchero cobró una comisión a cambio.

Que todos eran buenos vaqueros lo demostró el hecho que apenas llegaron a tres las vacas que perdieron por el camino, atravesando más de la mitad de Nuevo México en dirección norte hasta llegar al Territorio de Colorado, en donde vendieron 118 cabezas de ganado. Billy les dijo que todas eran de Chisum, que trabajaba para él. A nadie le extrañó que las marcas de las reses no fueran de Chisum. Como bien había dicho, nadie hizo preguntas.

Cuando se enteró John Chisum de la jugarreta de Billy se desplazó a Colorado con sus hombres dispuesto a recuperar su ganado, lo cual no fue tan sencillo, porque ninguna llevaba su marca. Mientras hacía esto Kid le organizaba otra. Él y Tom Folliard se desplazaron al rancho de Jim Cook, un viejo conocido del último, ubicado cerca del río Llano Sur en Texas Hill Country. Kid le dijo a Cook que John Chisum le debía a él y a Folliard dinero y le explicó cómo planeaban cobrar, ahora que el ranchero había desprotegido su ganado al llevarse la mayoría de sus vaqueros.

-Tom y yo regresaremos a Los Pecos y reuniremos tres mil doscientos novillos de tío Johnny. Te los traemos aquí, te damos una factura de venta, tú los conduces a Kansas y los vendes.

-¿Dónde?

-En Honeywell. Llevas el dinero a Kansas City y lo depositas. Esperas tres días, regresas al banco y lo retiras. Te quedas tu parte y nos das el resto.

El mismo sistema que habían empleado para blanquear el dinero falso en Colorado, sólo que ahora en Kansas. Varias semanas más tarde, Jim Cook entregaba a Billy nueve mil dólares.

El golpe de Kid fue tremendo para el ranchero, que comprendió que la faena de Colorado había sido de distracción. Otro como aquel y Billy lo arruinaría.

 

 

CAPÍTULO 14

 

Joe Grant

 

Eran dos, estaban acampados y no habían tenido cuidado con la fogata; era demasiado llamativa, como si no supieran encender fuego o lo hubieran hecho a propósito.

Billy, desde la oscuridad, montado en su nueva yegua, que había comprado con el dinero que le correspondió, tras el reparto con sus hombres del obtenido en la venta del ganado de Chisum, los estudiaba.

Se había desplazado a White Oaks para tratar unos asuntos con William Wilson, mientras Tom Folliard se adelantaba a Antón Chico donde se iba a casar Pat Garrett con Apolinaria Gutiérrez, la hermana de Celsa; el desconsolado viudo volvía a emparejarse al año escaso del fallecimiento de su primera mujer. Estando con Wilson le habían informado de dos hombres que preguntaban por él, aunque lo que le dijo Wilson le interesó más: hacía dos meses que había terminado el juicio contra el teniente coronel Dudley.

-Ha sido absuelto.

A Billy no le extrañó, ya no le extrañaba nada de lo que hicieran los jueces. Todos los del Círculo de Santa Fe habían sido absueltos. Y Wallace guardaba silencio como si lo hubieran comprado. Quizá estuviera cometiendo un error, como le había dicho el doctor Hoyt, pero sabía leer las señales y éstas le decían que si había un condenado, sería él.

Cuando abandonó la población camino de Fort Sumner halló huellas de dos caballos. Picado por la curiosidad de si serían los mismos que lo buscaban las siguió, comprobando que llevaban la misma ruta que él.

Ahora los tenía allí, preparándose la cena.

Ató la yegua y se acercó con precaución.

-Buenas noches, señores –saludó.

Los sobresaltó, pero ninguno hizo ademán de llevar las manos a las armas. Billy no les apuntaba, pero tenía la mano apoyada en la suya.

-Hola, Billy –respondió uno.

Ahora que los veía de cerca Kid los reconoció, uno era el hermano de Chisum, Jim; el otro era Jack Finan. No bajó la guardia.

-Tengo entendido que me buscabais.

-Así es –dijo Jim -. Verás, mi hermano me ha traspasado el rancho.

Las cejas de Billy se movieron para unirse, pero detuvieron el movimiento. En lugar de eso exhibió media sonrisa entre candorosa e irónica.

-¿Ha hecho eso, con lo tacaño que es? –preguntó sin creer ni una palabra.

-Teme que le arruines y cree que si el rancho está a mi nombre, puesto que no tienes nada contra mí, dejarás el ganado en paz.

Billy rió divertido. Tenía que reconocer que John Chisum era un viejo zorro, pero debiera conocerlo mejor y saber que no iba a creerse aquella patraña.

-Pero yo creo que no es suficiente –continuaba Jim alarmado por la carcajada -. Sé que todo lo has hecho por el dinero que te debe y no quiere pagarte.

-¿Y?

-¿Cuánto es?

-Quinientos dólares.

-Yo te los pago y dejas de robarnos, ¿te parece?

Billy ladeó la cabeza con una sonrisa que le dio un aire travieso.

-Eso te honra –dijo -, pero hay dos cuestiones. Una, la deuda es de tu hermano, no tuya. Y dos, ya me he cobrado lo que me debía. No puedo aceptar tu dinero, no estaría bien, sería cobrar dos veces la misma deuda.

-¿Entonces?

-Considérala saldada, no os robaré más ganado.

Jim Chisum respiró tranquilo, había resultado más fácil de lo que había esperado. También Jack Finan se sintió aliviado; Jim lo había llevado consigo como guardaespaldas, pero no tenía ningunas ganas de enfrentarse a Kid.

-Estamos cerca de Fort Sumner –decía ahora Billy -, ¿qué os parece si nos acercamos a tomar algo y de paso hacéis noche allí? No hace tiempo para pasarlo a la intemperie.

Estuvieron de acuerdo, los inviernos eran fríos en el condado y estaban en enero.

Quedaba poca gente en el salón de Bob Hargrave a las horas en que llegaron; una pareja en una esquina, dos más en la barra y un tercero que, aunque no estaba borracho, había bebido lo suficiente para mostrarse bravucón, el típico fulano que tenía mal beber. Alardeaba que había acudido a Fort Sumner a matar de Kid Bonney cuando entraron en la taberna.

Billy le echó un rápido vistazo al oír su nombre. Ninguno de los asistentes dijo nada.

Se sentaron en el otro extremo de la cantina, próximo al mostrador mientras el matón seguía fanfarroneando; había desenfundado la pistola.

-¿Quién es? –cuchicheó Billy al barman.

-Dice llamarse Joe Grant.

El nombre no le decía nada, pero le preocupaba que blandiera el arma. En su estado, una palabra a destiempo o un silencio que considerara ofensivo podía desencadenar la tragedia. Habría que tranquilizarlo.

-¿Por qué quiere matar a Kid? –preguntó.

Grant miró al muchacho. Era un hombre de un metro ochenta, cráneo alargado, rostro cuadricular y expresión engreída, de los que les gusta hacerse rogar por la gente y aprovecharse de ella, una especie de Juan sin Tierra capaz de entregar todo lo que le pidieran si con ello los comprados le daban lo que él deseaba. Había matado ya a otros hombres, pero quería ganarse una reputación matando a William H. Bonney.

-Me gusta hacerles comer su propia mierda a todos los que son como Kid, unos criminales. Dicen que el chico es un mal elemento, una fiera con el  revólver, pero yo le enseñaré quien es el maestro.

Billy movió la cabeza admirativamente. Se levantó de la mesa olvidándose de sus acompañantes y se acercó a Grant. Lo invitó a un whisky y pidió otro para él. El camarero se extrañó que no pidiera agua, pero no hizo ningún comentario comprendiendo que Grant era de los que se burlaban de quienes no bebían alcohol; Billy no iba a darle ocasión.

Pronto estuvieron Billy y Grant bebiendo y charlando juntos. Joe dejó el revólver en el mostrador, una pistola fina con mango de marfil.

-Ese seis tiros es una belleza –reconoció el muchacho -. ¿Puedo verlo?

Vanidoso, Joe Grant le pasó el arma.

-Muy bonito, sí señor –comentó Billy al tiempo de cogerlo y continuó hablando para distraer a Grant.

Si el camorrista era el pistolero que decía ser, tendría el cañón del primer disparo vacío. Era una costumbre que tenían muchos, incluso él, para evitar un disparo accidental. De esta forma para el primer tiro se solía hacer girar el cilindro dos espacios para que saliera la bala.

Mientras seguía distrayendo a Grant con su cháchara sin apartar los ojos de los suyos, giró el tambor de forma que, cuando avanzara los dos espacios, el percutor golpeara el cañón vacío. Devolvió el revólver con un nuevo halago.

Grant lo cogió y lo sopesó. Soltó una risotada.

-Te apuesto 25 dólares a que mato a un hombre más rápido que tú te bebes el whisky.

-¿Para qué quieres matar a alguien? –preguntó Billy con una amistosa sonrisa -. Guarda la artillería y tomemos otro trago.

Pero el alcohol estaba empezando a afectar bastante a Grant y en lugar de enfundar el arma, pasó al otro lado de la barra y se puso a romper vasos con el cañón de la pistola murmurando frases incoherentes.

Al final va a provocar una pelea, pensó Billy que hizo una seña al barman para que saliera del mostrador y luego se unió al balandrón dudando entre seguirle el juego o tratar de calmarlo de otra manera.

-¡John Chisum! –murmuró Joe Grant.

Rompiendo vasos se había acercado a la mesa donde estaba sentado Jim.

-Maldito hijo de puta, voy a matarte.

-Te equivocas de cerdo –dijo Kid deteniéndole -, ese no es John. Es su hermano.

-¡Eso es mentira! –aulló Grant enfrentándose a Billy -. ¡Conozco a John Chisum mejor que nadie!

Se contemplaban a los ojos.

El chico hizo un gesto de cansancio, rindiéndose.

-Bueno, si lo conoces, no discutiré.

Caminó hacia la salida. Que lo calmara otro. Si seguía él terminarían mal; Grant se había vuelto demasiado violento con su último comentario.

Jim Chisum vio su oportunidad. ¡Aquel perdonavidas quería matar a Kid! Rió nervioso.

-¿De qué te ríes? –gruñó Grant.

-De ti –respondió ladino Jim en voz baja -. Dices que quieres matar a Kid y ni siquiera lo conoces –señaló a Billy con el dedo – ¡Ese es Kid!

Joe Grant miró con la boca abierta al muchacho que, dándole la espalda, alcanzaba ya la puerta de salida. Apuntó y disparó. Pero como había calculado Billy el percutor golpeó la cámara vacía y no salió ninguna bala.

El clic del disparo fallido alertó al chico que se giró desenfundado.

Con un juramento Joe Grant iba a disparar de nuevo cuando una bala le atravesó el cerebro. Cayó muerto detrás de la barra.

Billy, todavía con el revólver humeante en la mano, miraba a Jim Chisum. El ranchero, sudando y pálido, atravesado por los ojos de Kid, supo que el chico le había oído denunciarlo a Grant. Había esperado que el bravucón lo matara; ahora sería él el muerto.

Jack Finan no se atrevía a moverse.

Con un ceño despectivo Billy guardó el arma. Al igual que su hermano, Jim no merecía que malgastara una bala. Incluso le dio la espalda al salir del salón sabiendo que era demasiado cobarde hasta para dispararle así.

 

 

CAPÍTULO 15

 

Carlyle

 

Al implicarse en el tráfico de dinero falsificado Billy abrió la caja de Pandora. Pronto se extendió el envío de billetes falsos en una gran variedad de transacciones por el condado de Lincoln involucrando a un número significativo de residentes, entre ellos William Wilson; el ranchero de White Oaks, W. W. West, y James Dolan. A lo largo de 1880, el mismo en que Thomas Alva Edison patentaba la bombilla incandescente de filamento de carbono, el tráfico de dinero falso se intensificó hasta el extremo que los federales tomaron cartas en el asunto.

Billy tuvo la suficiente inteligencia de mantenerse al margen con ligeros escarceos esporádicos, tan separados que esperaba no ser molestado por la justicia en este tema.

No ocurría lo mismo con sus robos de ganado. En marzo arrampló con 200 cabezas de Chisum como represalia de haberle delatado a Joe Grant. En mayo fueron 54 en el Panhandle, que escondió en la cueva de Los Portales, les cambió la marca y vendió en White Oaks. En junio se tomó un descanso para asistir, con Tom Folliard y Charlie Bowdre, a la boda de Susan McSween, que se casaba con George Barber. En julio se llevó varias reses de Agua Azul, el rancho de John Newcomb…

John Chisum y otros grandes ganaderos estaban sufriendo pérdidas constantes con la actividad del adolescente y los periódicos se hicieron eco en seguida alimentando, engordando y exagerando como era su costumbre, hasta que el único rostro de la delincuencia en Nuevo México fue el suyo. Los diarios terminaron convirtiéndolo en la principal causa de los problemas del condado de Lincoln y otras comarcas, incrementando sin proponérselo su popularidad, que se veía reforzada por su encanto juvenil y su carisma; sobre todo desde que los escritores de novelas baratas vieron en él un filón, lanzándose una serie de aventuras y tropelías sobre Billy que, sin ser ciertas, contribuyeron a convertirlo en un mítico bandolero.

Así fue como todos terminaron pendientes de él, que únicamente robaba ganado, y nadie se fijaba en los financieros, en los políticos y jueces, ni en quienes detentaban el poder manipulando, engañando, intimidando, sobornando; ni en su tráfico de influencias, desfalcos, lavado de dinero, cohecho, quiebras fraudulentas, malversación de fondos públicos y delincuencia organizada. Nada de esto veían. A los periódicos y sus lectores sólo se les llenaba la boca con un ratero que únicamente robaba vacas y al que, aquel diciembre, el periodista W. S. Koogle bautizaría con el nombre con el cual pasó a la Historia: Billy el Niño.

Su notoriedad se había incrementado de tal manera que no tardó en aparecer el judas de turno.

La aventura de Joe Grant le había despertado la ambición a Pat Garrett, después de una conversación que tuvo con el capitán J. C. Lea. Terminar con Billy podía proporcionarle una gran popularidad que le permitiría entrar en la política por la puerta grande, pero no se atrevía a enfrentarse a él y menos solo. No fue hasta que se acercaron las elecciones a sheriff de Lincoln que tuvo la idea: presentarse al cargo. Si lo conseguía tendría toda clase de medios.

Buscando apoyos se entrevistó con Chisum y otros rancheros perjudicados por Billy, convenciéndolos de que era el hombre que necesitaban para poner fin a los Rustlers, la banda de Kid. Todos se volcaron con él. Difamaron a Kimbrell, el otro candidato, presentándolo como amigo de Billy el Niño, y que por eso era tan tibio persiguiéndolo, permitiéndole toda clase de desmanes y multiplicaron, en la campaña, las fechorías del chico para hacerlo más deleznable y a Kimbrell más incompetente. Sólo uno sería un buen sheriff y todos sabían quién era: el honrado Patrick Garrett.

Enterado de la jugada, a Kid no le hizo ninguna gracia, porque todos aquellos que habían estado fuera de la Ley y ahora la defendían, eran más papistas que el Papa, y para demostrar que sí habían cambiado a sus superiores, no tenían ninguna piedad, escrúpulo, miramiento o comprensión con los que hasta aquel día habían sido sus compañeros de correrías. Sabía que no podía esperar nada bueno si Pat Garrett resultaba elegido.

En octubre, durante la campaña a sheriff, buscando una salida, escribió una carta al abogado Ira Leonard, diciéndole que deseaba dejar de huir de la Ley y se ofrecía como testigo, contra los falsificadores de dinero, a cambio del perdón prometido por el Gobernador Wallace.

Queriendo ayudarle Leonard mostró la carta al federal encargado de la investigación del dinero falso, Azariah Wild, proponiéndole que aceptase a Billy como testigo y que a cambio le concedieran el perdón. Wild aceptó y Leonard escribió una nota a Billy diciéndole que acudiese a White Oaks en una semana para entrevistarse.

Lo que no sabían ninguno de los dos es que era una trampa del federal, para que Billy se confiase y bajase la guardia.

Edgar Walz, furioso con Billy porque no dejó el revólver en el cadáver de Chapman y le comprometió con Dolan, había informado a Wild de que uno de los trabajadores de su rancho conocía el escondite de los Rustlers. Si le pagaba mil dólares les conduciría a la banda de Billy.

Entusiasmado Azariah Wild reclutó un grupo de antiguos miembros de los Seven Rivers Warriors para capturar al chico y escribió a sus superiores para que los nombraran alguaciles; salvo que el primitivo plan quedó olvidado. No necesitaba ir a su guarida, ahorrándose así el dinero, porque Billy iba a venir a White Oaks como un pardillo.

Pero alguien debió irse de la lengua, porque la diligencia que transportaba la carta de Wild fue detenida por los Rustlers, el correo registrado y la misiva del federal leída por Kid, quien se enteró de todo el tinglado y no acudió a la cita, robando, para darles más motivo de persecución, 60 cabezas de ganado a un rancho, 400 de otro y siete caballos a John Chisum.

Mientras se largaba con todo lo sustraído Pat Garrett ganaba las elecciones a sheriff. Dado que no podía ejercer legalmente hasta enero, y estaban en noviembre, el federal Azariah Wild falsificó un documento concediéndole el permiso necesario, convencido como todos que sólo Garrett podría terminar con Kid Bonney.

Pat Garrett no perdió el tiempo, viajó a Fort Sumner a entrevistarse con Barney Mason, un hombre que había estado un tiempo con los Rustlers y lo intimidó para que fuera su soplón. Por mucho miedo que le tuviera a Billy más le temía a Garrett y aceptó traicionar al chico.

Pat se enteró así que Billy, con su descaro habitual, tras vender el ganado tenía intención de presentarse en White Oaks, ahora que no lo esperaban, para hablar con Leonard.

Ambos se desplazaron al pueblo con Azariah Wild y sus hombres, pero llegaron tarde. Sí, los Rustlers habían estado allí, se habían abastecido en el almacén ¡y se habían ido sin pagar!

-¿Y Billy?

-No iba con ellos.

Sin duda estaría en casa de Ira Leonard.

Tampoco.

Kid había estado, pero Leonard no. Después de un mes el abogado se había cansado de esperar y se había vuelto a Lincoln.

 

 

Habían soltado la jauría. A sus perseguidores tradicionales se habían añadido ahora Azariah Wild, Pat Garrett y seguían apareciendo más, Wild Hudgens, James Carlyle… Era cuestión de tiempo que lo capturaran y así, el 27 de noviembre, unas semanas después del viajecito a White Oaks, Carlyle lo tenía acorralado en la estación de paso de Greathouse – Kuch.

Carlyle tenía cierto renombre entre los agentes de la Ley. Billy no lo conocía personalmente, pero sí había oído hablar de él. No le extrañó pues que le enviara una nota instándole a rendirse. No tienes escapatoria, leyó, Tom Longworth ha sido enviado a buscar refuerzos.

Entra y hablaremos de rendición, respondió Billy para ganar tiempo.

A cubierto, el chico vio a Carlyle aproximarse. Frunció el entrecejo, aquel hombre le resultaba conocido. Se apartó de la ventana intentando recordar.

Carlyle entró en la casa. Deslizó la vista entre los hombres que lo rodeaban, no conocía a Billy, pero todos eran demasiado viejos por lo que había oído hablar. Los ojos se detuvieron en Tom Folliard, el único que se correspondía por la edad.

-Vengo a pedirte que te rindas, Billy. Estás rodeado.

-Yo no soy Billy –aclaró Tom.

-Lo soy yo –sonó una voz a su derecha.

Kid estaba sentado indolentemente en una silla. Ambos se reconocieron al verse bien.

Sombrero Jack –pronunció Billy – ¿Vienes finalmente a buscar lo que robaste?

-Henry –balbuceó. Había palidecido.

-Dejad de rodearle. Si alguien lo mata, seré yo.

La voz no sonó autoritaria, pero todos obedecieron. Sombrero Jack sabía que hablaba en serio.

Tras el hurto, sintiéndose perseguido había tenido miedo de regresar a por el producto robado. Luego había oído que Henry había sido apresado en su lugar y que después había huido. Él siguió un tiempo con sus correrías hasta que decidió pasarse al otro lado de la Ley, creyendo que ganaría más dentro que fuera de ella. Cambió de nombre y consiguió ser nombrado sheriff. Nunca creyó que el pasado iba a golpearle de aquella manera.

Billy se aproximaba. Carlyle retrocedió temeroso, pero no tanto como para no pensar fríamente, hacia la ventana. Con un poco de suerte saltaría por ella y huiría. Después, cuando llegaran los refuerzos, asaltaría la estación. No podía permitir que Billy viviera, no podía darle la oportunidad de hablar y decir quién era en realidad.

Billy dudaba entre matarlo sin darle opción a defenderse, dársela, golpearlo primero o simplemente estrangularlo. Sombrero Jack había sido el desencadenante de toda la vida que había arrastrado. Si hubiera vuelto a por lo robado, él no habría sido detenido, no habría escapado de la cárcel de Silver City y todo lo ocurrido después no había pasado nunca. No sería un desarraigado perseguido a muerte por todo Nuevo México, seguiría siendo Henry Antrim, no Billy el Niño.

-¿Qué vas a hacer? –preguntó Carlyle.

Habían llegado a la ventana.

-Voy a matarte.

Carlyle saltó por la ventana sin darle tiempo a nada.

-¡Cuidado, huye! –oyó gritar Billy, luego tres disparos.

Cuando miró por la ventana, Carlyle yacía muerto por sus hombres en la nieve.

 

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