Mordí un trébol que me hizo escupir pintura verde

Las horas pasaban despacio en los relojes de arenas movedizas. Dentro de uno de ellos, doce abejas salvajes luchaban por salir. Estaban empezando a agotar su oxígeno. La más lista de ellas, un gran zángano con una raya ligeramente más rojiza que el amarillo habitual, se lanzó de cabeza contra el cristal del reloj. Su diminuto cráneo se quebró, y de él salieron siete mariposas moradas, que desprendían una especie de aura tenue, leve. Las siete se separaron y empezaron a cubrir toda la superficie del cristal extendiendo sus alas. Cuando las plegaron, el cristal ya no estaba, y toda la arena, que estaba parada en la parte inferior del reloj, salió y cayó durante horas hasta que llegó a un suelo que tenía dibujado en él la cara de una niña. Las diminutas piedrecitas que formaban la arena del reloj no podían parar de botar, haciendo que la pintura de la niña pintada se emborronara y se adheriera a ellas. Pronto, todas las piedras adquirieron un colorido muy vivo y variado, lleno de verdes, azules, rojos y amarillos.

Empezaron a crecer, y mientras lo hacían, gradualmente dejaron de botar, depositándose en el suelo suavemente.

Dos de las mariposas moradas bajaron y saludaron a las piedras:

-¿Cómo te llamas?- le preguntaron a la piedra más pequeña, que era verde, pero tenía una raya roja muy gruesa que la cruzaba y otra azul muy fina.

-No tengo nombre- respondió ella.

-Entonces- dijo una de las mariposas -habrá que llamarte de alguna forma.

En ese mismo instante, las dos mariposas se juntaron y, tras un destello cegador y anaranjado, desaparecieron. En su lugar, una mujer morena de ojos rojos, sin pupila, sonreía en dirección a la piedra. Estaba desnuda, y eso provocó que la piedra se ruborizara, transformando su delgada línea azul en un color algo más oscuro.

-No te preocupes- dijo la mujer, aunque su voz parecía la de cinco mujeres al unísono -a partir de ahora te llamaré Dubaru. Yo me llamo Asina.

Cuando dijo su nombre, tocó a Dubaru, y otro destello le cubrió, este más amarillento que el anterior. La piedra ya no estaba. En su lugar, había un hombre, con una raya azul que cruzaba su cuello y otro roja y más gruesa que recorría su cuerpo desde la frente hasta el pecho, donde dejaba de definirse.

-Yo…- dijo el hombre.

-Sssh- contestó la mujer, mientras volvía a alargar su mano hacia él.

En el momento en que tocó su hombro, el resto de piedras empezaron a levitar y a deformarse, juntándose y formando una fina capa grisácea, casi esférica, que les atrapó a los dos. Cuando terminó la transformación, Dubaru y Asina estaban dentro de un gigantesco reloj de arena, y se hundían más y más en las arenas movedizas.

-Asina- dijo Dubaru.

-Dubaru- dijo Asina.

Y explotaron, convirtiéndose en miles de abejas.

Yizeh. 14 de Abril de 2007

Yizeh Castejón
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6 Comentarios

  1. chachichimpance dice:

    Podrían tener a Azumbawe de hijo.

  2. Lascivo dice:

    Siento haber colgado un relato tan antiguo. Prometo poner relatos frescos.
    azumbaue!!

  3. champinon dice:

    No me había fijado en que fuera tan antigüo!! Nunca antes lo había leido. Pues el caso es k me gusto bastante,… Gran final ciclico!! xD

  4. Pequadt dice:

    Me ha encantado este relato.

  5. Lascivo dice:

    ¡Gracias!! 🙂

  6. Pequadt dice:

    Gracias a ti por deleitarnos con tus relatos breves y contundentes 🙂

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