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- publicado el 02/04/2019
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Viento y Libertad
<<El hombre está condenado a ser libre>> Jean Paul Sartre
La noche pacífica desplegaba sus alas hasta lo más infinito del horizonte. Un inmenso grupo de nubes violáceas empujaba al todavía candente sol tras las montañas mientras los pájaros buscaban refugio entre las retorcidas y semidesnudas ramas de los árboles.
Miró al cielo de un color azul oscuro, gris en la línea de la sierra, púrpura tras las casas más distantes; contempló el declive del sol, que paulatinamente era vencido por las nubes y emitía sus últimos rayos en la caída, como el guerrero herido que lucha hasta el final por el honor de su patria. Suspiró. También con el día, con la luz y el dinamismo, se marchaba la esperanza y llegaba la noche, fría, oscura, pero irrefutablemente bella. Todo se sumiría pronto en la quietud de las sombras. Todo.
Finalmente, la gran techumbre que era el cielo terminó por teñirse de negro y las nubes plateadas le conferían matices plateados. Una suave brisa despertó, nacida de las entrañas de la Tierra y deambuló a sus anchas, enroscándose alrededor de los fustes de las altas columnas, haciendo bailar a los árboles y jugando con su largo cabello moreno. Era una brisa agradable, un viento simpático y juguetón como un cachorro que gira y gira y nunca se cansa.
El viento era libre. El viento tenía todo lo que a ellos les habían arrebatado y podía soplar y rugir si se enojaba, correr, volar, viajar. ¡Qué bien ser el viento! ¡cuan afortunado era él! No tenía barreras, cárceles ni murallas pétreas que impidieran su paso: él se colaba por cualquier rendija y burlaba toda clase de protección.
Podía oír cómo el viento reía, disfrutando de su eterna libertad, mil veces dichoso y agraciado… cerró los ojos y trató de sentirse como él; quería que la llevara muy lejos, sobre las montañas y valles, y deseó poder recorrer con él el mundo.
<<Quisiera ser hija tuya, viento mío>>, susurró, y el viento acarició sus delicadas facciones por toda respuesta.
Podría haber continuado allí, de pie como estaba, durante cientos de años y jamás se habría inmutado. Quería ser libre, tan libre como el viento, sin ataduras ni despóticos poderes que esclavizaran a su pueblo. Pero la sombra de una duda asaltó su pensamiento; ¿realmente era el viento libre? Sí, cierto era que podía revolotear a su antojo por donde quisiera, pero no lo hacía conscientemente. El viento no era capaz de pensar como ella y, por tanto, no era libre para elegir su camino. El viento no poseía la habilidad de enfrentarse a varias opciones y de éstas escoger la más adecuada; sólo volaba sin rumbo fijo. Se preguntó si a eso se podría llamar libertad. Claro que no. El viento no era responsable de sus actos.
Pero no únicamente el viento, sino también las furiosas olas del mar, los pájaros que anidaban los cielos y los animales que poblaban la tierra gozaban de esa misma suerte de libertad, una libertad ciertamente triste. Y entonces, se percató de que sólo el hombre puede ser libre en el amplio sentido de la palabra: el hombre puede escoger qué le espera y, lo que es más, se ve forzado a escoger lo quiera o no. Sólo el hombre puede ser libre. Luego, ella y no el viento era libre porque, mientras pudiera dirigir su vida, sería libre, por muchas normas que le impusieran. Libre.
Saboreó esa palabra como un dulce exquisito y esbozó una amplia sonrisa. Abrió los ojos y se giró.
<<Lo lamento mucho, amigo>>. Y se marchó por el camino empedrado hacia las primeras luces de la ciudad.
Jacinta
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me ha parecido trmendamente tierno 🙂
pero creo que la categoría de ensayo&divulgacion no engloba este tipo de relato
vale, pero pensé que podía englobarse en esa categoría por la reflexión del final, pero bueno… es cuestión de opiniones también =)
upsss… la de antes era yo, que olvidé iniciar sesión antes de comentar… ¬¬
Es dulce!! la cita arriba me parece perfecta.
No creo que debas pensar mucho la clasificación, tampoco hay más de un género para todo, yo lo dejaría en nrrativa y por qué no, en fantasía.
Me encanta 🙂