Angustia, Esperanza, Equis
- publicado el 11/11/2008
-
ESCÉPTICO – Tercera parte
Las leyendas urbanas siguen escarbando con fuerza en la actualidad hasta llegar a la fibra sensible de aquel que oye alguna de ellas. Y es que, ciertamente, me veo obligado a denominar al receptor «oyente», puesto que no se puede hablar de «lector» más que en un pequeño porcentaje de los casos. Su principal característica, la que le da el apelativo urbana, es el de la transmisión de boca en boca de unos hechos acerca de los cuales nadie tiene constancia de que ocurrieran verdaderamente. “Me han contado que…” Lo que muy poca gente sabe es que estas historias no constituyen un fenómeno actual ni moderno. Existen testimonios escritos que hablan de las primeras chicas de la curva que se materializaban en los cruces de caminos de la época medieval.
Pero, no es mi intención aburrir al lector con pequeños ensayos teóricos. Sí, en este caso me referiré al destinatario como «lector», puesto que es a través de estos párrafos, y no de palabras habladas, como quiero contar esta leyenda urbana. El relato constituye la adaptación de una de ellas. Espero, por tanto, llegar a tocar uno de los muchos temores internos que poseemos los seres humanos en común, a pesar de que no tengamos aparentemente constancia de ellos, en lo más profundo de ese extraño e imprevisible órgano al que llamamos cerebro. El escenario, uno de los clásicos, la carretera solitaria. Su título: ESCÉPTICO.
[…]
De un modo u otro, ya quedaban sólo unos pocos metros hasta llegar al hospital, y alcancé mi destino en escasos minutos.
Comencé a correr dejando abierta la puerta del coche, no podía detenerme en trivialidades. Al mismo tiempo, vociferaba intentando inútilmente que alguien me escuchara antes de acceder por las puertas de cristal al interior del edificio. Una vez dentro, mis gritos se expandieron entre las paredes que constituían el recibidor, y dos enfermeros provistos de sendas camillas me siguieron raudos hasta el vehículo, siendo los dos cuerpos depositados en ellas.
Retomé, más calmado, el camino hacia el interior del hospital, observando cómo los enfermeros se alejaban, para que los heridos pudieran ser atendidos cuanto antes.
De nuevo en el recibidor, me ubiqué en una de las sillas fijas de plástico vacías que había ancladas a la pared. Cerré los ojos, … mi misión ya había acabado, yo ya no tenía nada más que hacer allí, mi sitio estaba ahora en la oficina,…, sin embargo, permanecí. Yo no tenía ya responsabilidad alguna con esos chavales, nadie me había hecho ninguna pregunta… Si me iba, el único problema que tendría sería el tratar de olvidar esta desagradable aventura. No podía hacer nada más, si no se salvaban, no sería ya culpa mía… y, sin embargo, permanecí.
-Señor, perdone, ¿puede acompañarme?
Deduje que era médico por la bata blanca larga. Su vestimenta era diferente a la de los enfermeros que había visto antes. Con ambas manos metidas en los bolsillos de la misma, me instó, mediante un gesto con la cabeza, a que le siguiera. Me levanté.
-¿Es usted quien ha traído a los dos jóvenes que…?
-Sí, sí. He sido yo.
Creo que ni siquiera le miré directamente a la cara durante el trayecto hasta, supuse, el despacho en el que habitualmente pasaba consulta. Me señaló una silla y él se sentó al otro lado del escritorio que ya nos separaba. Se presentó ante mí un doctor joven, con barba de tres o cuatro días. No se le notaba cansado, parecía estar habituado al turno de madrugada.
-Doctor Raúl Santiago, un placer.– me tendió la mano derecha desde el otro lado.
-Eehmm… Enrique Castro.– aunque titubeante, le correspondí estrechándole la mía.
-Bien, –comenzó– ¿podría explicarme qué ha pasado?
Empecé a relatarle lo ocurrido. Mi trabajo nocturno, la carretera cortada, mi encuentro con la chica,… sólo hubo una cosa que evité mencionar durante mi testimonio: la leyenda. Sí, aquella misma que contaba cómo parejas de adolescentes se tiraban al vacío desde la colina… esa leyenda urbana que había dejado de ser tal esa noche ante mis ojos, para convertirse en pura realidad, y a la que había comenzado a profesar cierto respeto desde hacía ya unos minutos… Bueno, ahora que recuerdo, hubo otro detalle que decidí obviar, y es que tampoco me atreví a hablar sobre la sensación producida tras ver por primera vez el rostro de Alicia. ¿Por qué? Ciertamente, creo ni yo mismo sería capaz de dar una explicación contundente. Quizás, simplemente, por miedo a volver a sentir ese escalofrío helado recorriendo mi espina dorsal…
-¿Me disculpa?– apenas un instante después de que acabara mi versión, el doctor se incorporó y salió por la puerta por la que antes habíamos entrado, dejándome sólo.
¿Qué más quería de mí? Ya le había explicado todo lo que había sucedido, al menos, lo que yo vi que había sucedido, lo que yo hice… Ya había comprobado que no tenía la culpa del accidente, sólo me había comportado como debía,… ¿por qué, entonces, simplemente no me agradecía lo que había hecho, y me despedía?
La respuesta no se hizo de rogar. Unos segundos más tarde, el doctor volvió a entrar en el despacho, pero esta vez no vino solo. Dos agentes de la guardia civil le flanqueaban.
-¿Qué ocurre doctor?
-Escuche, voy a pedirle que me explique otra vez qué ha pasado esta noche, y le ruego, por favor, que me sea sincero.
-¿Cómo? Pero, acabo de contárselo. Me encontré a los dos muchachos al pie de la carretera, el chico estaba inconsciente y… un momento, ¿no creerá que yo he empujado al chaval desde la colina?
-Señor, cálmese…
-¿Cómo voy a calmarme? No quisiera pensar que se le ha ocurrido la estúpida idea de acusarme de homicidio. ¡Yo sólo hice lo correcto!– enfurecido, me levante de un salto del sillón.
-Mire, los agentes han comprobado lo que usted me ha contado y parece que dice la verdad, pero…
-Pero, ¿qué?
-Hay algo que no encaja…
-¿Algo que no encaja? ¿Puede explicarse mejor?
-Señor, los cuerpos,… los dos jóvenes que ha traído… llevan muertos más de un mes.
***FIN***
Manuel A. Ibáñez
- EL CLUB OLIMPO - 31/03/2010
- LA MISIÓN - 31/07/2009
- LA CARTA - 22/07/2009
¡Hola!
Me ha gustado bastante. Aunque el final era previsible, me ha gustado cómo lo has narrado, has conseguido que no me aburra y lo lea del tirón.
Sigue por lo menos así. ¡Un saludo!
es un muy buen relato, te mantiene pegado a el durante toda la trama (devo admitir que estaba un poco reticente a leeerlo): sin embargo, solo devo puntualizar, que deviò dejar mas tiempo entre parte y parte… para asi sentir mas el suspense que «emana» el texto (y la consiguiente y obvia lectura)…
la introduccion (en la primera parte) genial, y la aclaraciòn muy bien redactada.
No siendo mas, me despido complacido conel texto: SETH: (nada en la vida es 100% predecible… exepto la muerte)
Y Hacienda…
A mi me ha gustado, he querido no pensar en el final y así sorprenderme (buen final). La parte del coche y las sensaciones me ha gustado en especial. Se lee del tiron y mantieene el misterio eso si.
Si que te diré que se me ha hecho raro que la chica le suelte toda la historia antes de preocuparse de el bienestar del chico, pensé que se lo diría después, pero claro, luego entendí que estaban ya fiambres.
El punto de que la chica ayude a subir el cuerpo del chico le da «densidad» fisica a la chica y además de ayudar a que no sospeches tanto, lo aleja de otras historias de fantasmas mas etereos.
Pues eso, a ver si leo más y a seguir escribiendo.
PD ¿has oido los relatos de Teo Rodriguez? Creo que te gustarían
En primer lugar, gracias por vuestros comentarios. Newowen, sobre lo que dices de Teo Rodriguez, sí he escuchado muchos de sus relatos, soy un asiduo a Milenio 3 y, bueno, ya se sabe, uno siempre está un poco influenciado por lo que lee y escucha, ¿no? Ahora estoy trabajando en un relato sobre el origen de la novela «Dracula», a ver si pronto puedo colgarlo.
Saludos.