Su querida paloma
- publicado el 09/05/2014
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¡En esos pequeños detalles!
El bus frenaba bruscamente otra vez, yo me encontraba sentado en la última fila de sillas, palmeaba mis pantalones negros nervioso y miraba por la ventana, entonces llegué a mi destino, bajé y me apoyé en el lugar que había concertado.
Miraba mi reloj y marcaban las seis de la tarde, el sol me pegaba en los ojos y no dudé en ponerme mis gafas de sol. Entonces cuando la luz se oscureció a causa de los cristales negros, vi como se acercaba a mí, aun no me había visto y eso me dio unos segundos para poder darme cuenta de que era preciosa, de que era lo que buscaba desde la última vez que la vi saltando desde aquel acantilado al mar, aunque desde ese momento mi vida había cambiado mucho.
Vestía como era habitual en ella, unas zapatillas deportivas negras se juntaban con unos pantalones vaqueros claros y una chaqueta deportiva que destacaba más aun sus ojos marrones combinados con su pelo, su cara era morena, los ojos grandes y sonrreía, una sonrisa tan peculiar como bonita y sincera, al menos así la recordaba, toda ella caminaba lentamente hasta que me vio.
Nuestra primera conversación no fue espectacular, un hola, como estas, como te ha ido y poco más.
Yo intentaba mirarla a los ojos cada segundo, no quería olvidar ni un detalle de ella quería fotografiar con mi corazón cada sonrisa, cada gesto, no quería que volviese a morir en mi mente, sabía que si la recordaba, la podría imaginar cuando quisiera.
Poco a poco fuimos caminando hasta una cafetería cercana, allí me dediqué a hablarle, a escucharla y a observarla, estaba hechizado por su forma de hablar, sus gestos y su mirada, me hacía gracia ver como después de cada frase se levantaba con la mano su pelo castaño hacia detrás.
Pasaron dos horas y solo hubo silencio mientras se encendía un cigarro con una delicadeza que me hacía asomar una pequeña sonrisa, ella un poco sonrojada me preguntaba que de que me reía, le dije que no era nada, que ver como fumaba parecía que fuese un placer solo al alcance de pocos. Aproveché su sonrisa para dar un sorbo al café frio que me acababan de traer.
Miró su reloj, eran las ocho y con una pequeña sonrisa me dijo:
-A sido un placer, espero verte pronto.
-Pero… ¿te vas?, ¿Dónde?
Entonces ella me hizo ver que su respuesta no me iba a gustar, no sé cómo pero un segundo antes de que me lo dijese ya sabía que la respuesta iba a ser esa: -Con… mi novio.
Y desdibujando esa sonrisa se marchó, antes de salir del café se giró y mientras yo ya decaído me levanta desvistiendo a la silla de mi chaqueta dijo: -Llámame, que te he echado de menos.
Asentí con una sonrisa y me fui por la puerta del otro lado de la cafetería.
Sentía miedo me había dado cuenta de que había conseguido vulnerar todas mis defensas y provocar a mi memoria para que la volviese a recordar.
Ahora debía volver a casa, eran a las nueve y no podía llegar tarde por tercera vez esta semana, allí mis padres cenaban y me preguntaron de donde venía, nada importante les dije.
Solo pensaba en ella, que cara tan diferente, que forma de ser tan extraña para mi, nadie así había aparecido nunca en mi vida y solo soñaba con volverla a ver, eludía de mi mente que tuviese novio, marido o padres, solo me importaba ella, su figura, lo que representaba para mi, sus ojos, su tibio perfume, tan suave que solo lo pude apreciar cuando la besé por última vez.
Era un olor nuevo, desconocido, traspasaba su condición olfativa para sugerir miles de sensaciones que nunca supe describir.
Pensando en ella, relamiendo las trazas de su sonrisa en mi mente, me dormí.
Al despertar no la recordé, me sentía extrañamente bien, limpio, renovado, queriéndome a mi mismo, me enamoré de gente, odie, ame y seguí odiando, pero no escribía, no podía escribir nada, la impotencia delante del papel era frustrante, era mi pasión y no la podía disfrutar, mis ojos lloraban cada vez que el papel se quedaba vacio o lleno de palabras forzadas y desmotivadas sin un objetivo.
Pero ayer mismo mi mano se acercó a un papel, con la palma lo empezó a acariciar, como si lo escuchase, el papel quieto ante a las caricias, se quedaba impregnado de las gotas de sudor que poco a poco resbalaban por mi brazo, me di cuenta de que mi mano no recordaba con que se escribía y la ayudé con mi otra mano acercándole un bolígrafo, el mundo se detuvo, el sol me enfoco desde el otro lado de la ventana, el viento me refrescó y entonces las palabras tímidamente salieron, les costaba, me dolía cada letra, las paría sin sentido pero al leer esa primera frase sentí como si besará a la chica de mis sueños y al pensar esa metáfora te recordé a ti, y ahora ya, aunque escriba, va todo mal.
Ya no hay horas galgas, ya no hay frutas sin hueso, ya no hay alegrías, ni expectativas, ahora hay caminantes sin camino y pescadores de rio vacio, canciones tristes de ritmo lento pero también hay un sentimiento dulce de vida, de sentirse vivo y un agradable pensamiento; saber que dentro de poco te veré otra vez, que te seguiré, te buscaré, que pensaré que eres una diosa, una musa para un mortal, que cuando te encuentre y te ponga frente a mí y te diga una cosa bonita y tu sonrías, te volverás a recoger tu pelo delante de mí de esa manera tan graciosa.
JOSE BURGOS LANCERO
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