EL RELOJ

Nunca supo de donde le vino la idea. Pero la tenía incorporada en su cerebro.

Era como un retintín que se le repetía diariamente.

Creía firmemente en ello. Siempre que consultaba la hora, pensaba lo mismo; que su vida terminaría en el preciso momento que se apagara la de su reloj.

Así que lo cuidaba obsesivamente. Revisión, limpieza periódica, control de exactitud.

No se le escapaba detalle. Mientras tanto, su vida transcurría por los carriles del aburrimiento, del hastío, del repetir rituales que se le había convertido ya en costumbre.

Un día, de camino al trabajo, tuvo un accidente. Fue atropellado mientras cruzaba la calle.

El juez que hizo el levantamiento del cadáver no tuvo problemas en determinar la hora del deceso. Coincidía con la del reloj.

Habían fallecido juntos.

Fernando
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