Proyecto Final

Me encuentro con la cabeza recostada en la mesa frente al ordenador. Está amaneciendo y veo como la luz se cuela en el estudio tras la cortina. Me siento entre espeso y pesado como si no hubiera dormido nada durante la noche. Me desperezo del todo y pienso que ya es momento de revisar la habitación contigua. A lo largo de la semana lo he ido calculando todo de manera minuciosa. Todo está preparado desde anoche. Mañana es el gran día y no debo olvidar ningún detalle. Me dirijo a la habitación mientras noto como el cansancio asoma en cada uno de mis pasos, estoy agotado y algo mareado. La planificación de todo esto me ha dejado exhausto. Debo comenzar a actuar, el tiempo avanza.
Mientras camino por el pasillo para dirigirme al cuarto, me imagino abriendo la puerta, encendiendo la luz y poniéndome la mascarilla. Me acercaré y al aproximarme a la hamaca metálica, la observaré y pensaré que a pesar de su estado todavía guarda buen aspecto y que sigue estando muy hermosa. Al inclinarme a observar me daré cuenta de la rigidez que ha ido ganando el cuerpo y como eso puede llegar a complicar las cosas. Lo primero que deberé preparar será el producto para embalsamar. Tengo los ingredientes en la cocina: el éter, cloroformo, trementina, glicerina, manteca, las gelatinas, la albúmina, el colodión, el yeso y la leche. Una vez elaborado lo dejaré reposar mientras me dedico a los otros procesos. El lavado será el primer paso, eso me llevará al menos una hora. Tendré que bañarla con el spray desinfectante y limpiarle la piel, los ojos y la boca con esmero. No puedo olvidar aplicarle el masaje en las extremidades y la cara, importante para que no avance la rigidez de los músculos. El rigor mortis podría asomar, y eso significa el peor enemigo para mi trabajo. Después no pasar por alto la fase de afeitado para eliminar las pelusas del rostro. Es el mejor método para fijar bien el maquillaje y que este gane notoriedad. El toque final que distingue un buen trabajo de uno mediocre. A continuación llevaré a cabo la colocación de los rasgos faciales y del resto del cuerpo, vital antes de llevar a acabo cualquier embalsamamiento. El algodón, las gasas, el hilo y aguja, todo debía descansar sobre la cómoda. Según como la dispusiera entonces así se vería de hermosa en su caja. Una vez finalizados los preparatorios podría comenzar con el proceso. Le haré la incisión e insertaré el tubo por de bajo de la última costilla izquierda para extraer los gases y fluidos. Las palanganas que coloqué estratégicamente bajo la hamaca, sin ser visto por mamá, me servirán de desagüe improvisado. Una vez vaciado el cuerpo, en un par de horas más o menos comenzará a fluir el líquido por su sistema arterial. A continuación volveré a lavarla de nuevo para acabar con cualquier resto adherido. Solo quedarán los toques finales. Primero la manicura, elegiré aquél rosa palo que tanto le gustaba a mamá. Después le engancharé los dedos, siempre tienen tendencia a separarse. Le lavaré el cabello con su champú preferido, aquél que se lo deja tan sedoso, lo secaré y peinaré a su manera. Para ir finalizando, el paso con el que más disfruto, el maquillaje. Tengo pensado exactamente la manera en como lo haré, de esa forma tan natural como ella solía hacerlo. Sutil como si no pareciera que hubiera estado un buen rato delante del espejo. La base de color natural, un toque de color tenue en las mejillas y un poco de pastel sonrosado en sus finos labios. Por último la vestiría con su traje de tweed, aquél que estrenó el año pasado cuando fuimos a ver Madame Butterfly.
Una vez preparada tan solo faltará transportarla a su caja. Que fácil será ahora trasladarla hasta el aparcamiento, no habrá ningún obstáculo. En la funeraria me aseguraron que es resistente, ligera y de fácil movilidad. Cabrá perfectamente en el coche familiar que ante la extrañeza de mamá y con el dinero que me dejó papá compré hace algunos meses:  — !Para que queremos un coche y además tan grande Alexander, si desde que papá murió no vamos ya a ninguna parte!, me recriminó entonces. Mamá siempre tiene aquél “pero” para todo, con aquella impertinencia que no puedo soportar.
Tampoco le había gustado a mamá vender el apartamento por la casa unifamiliar de una sola planta en la que vivimos ahora. Pero a pesar del apego que le tenía a la vieja casa acabó aceptando, entendiendo que era lo más práctico ahora que su movilidad era reducida. Después del accidente no volvió a ser la misma, como la he llegado a odiar. Pero ahora ya está, todo acabó, volveremos a estar todos juntos, mamá, papá y yo. Ya no sufriremos más y además va a estar muy hermosa. Tampoco objetó nada acerca de mi repentina matrícula en la escuela de tanatopraxia. Supongo pensó que era una nueva excentricidad mía y  que finalmente había encontrado mi vocación.
Sigo ultimando todos los detalles mientras me dirijo a la habitación, camino por el pasillo mientras disfruto analizándolo todo antes de dar paso a la acción. Aunque el cansancio cada vez es más notorio sigo pensando y  observo además que el problema lo encontraré en el momento de entrar en el auditorio. El tema del montacargas del depósito lo tengo más o menos controlado. Sé como acceder desde la rampa de la entrada que conduce a la planta baja. Desde allí entraré directamente. Más difícil será acceder por el pasillo, estará lleno de alumnos, pero una vez allí nada me podrá parar. Encontraré la manera, ya improvisaré.
Me quedan unas doce horas de trabajo y por fin seré libre de mamá, de esta casa, de la escuela y de todo. No puedo olvidar la pistola, la dejé dentro del cajón de la cómoda en su cofre negro junto a las  balas. El elemento final que dará sentido a todo, antes de reunirnos de nuevo con papá. Lo importante ahora es ponerse con mamá y ponerme a trabajar. Mañana es el gran día, mi gran proyecto final verá la luz.
Entro definitivamente en la estancia y enciendo la luz cuando oigo la voz autoritaria de mamá gritando: — ¡Alexander, hijo ve a buscarme el batín al baño que tengo frío!

Y ahora sí, empieza la acción, pero primero viene la parte que menos me gusta. Esta es la única fase que no he planeado, es bien fácil.

Rosa Guijarro
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