El después

Había muerto. Él vio cómo sus familiares y más allegados estaban presentes en su funeral. Quiso acercarse a ellos, dirigirles algunas palabras, pero nadie le veía ni le oía. Su frustración aumentaba por momentos, al mismo tiempo que lo hacía su resignación. Llegó a preguntarse varias veces por qué no se le permitiría un último adiós para todos sus seres queridos. De nada servían los lamentos y las frustraciones; lo importante era qué iba a hacer a partir de ahora. Ya no tenían ningún valor sus experiencias vividas y, aunque recordaba sus sueños, poco a poco dejó de darles importancia. Sin temor alguno, llegó a pensar que Laura le olvidaría pronto. De todos modos, él ya no era parte del mundo.
De pronto, notó que algo le privó sus movimientos. Lo más curioso es que no había nada ni nadie próximo a él. Por más que lo deseara, era incapaz de moverse un milímetro. Aparte de eso, cada vez le era más difícil observar a la multitud. Poco a poco, la oscuridad se iba apoderando de él, de la misma forma que la tinta oscurece el agua. Enseguida sintió un escalofrío, lo que le causó desconcierto, ya que nunca más iba a sentir hambre, sed, dolor, ni cualquier impulso o sensación natural en todo ser viviente.
— ¡De nada sirve permanecer donde ya no perteneces! —bramó una voz carente de piedad.
Pese a no haber visto al sujeto que se entrometió, varias veces resonaron las palabras que acababa de oír. Era difícil confirmar con certeza si se trataba de una voz masculina o femenina. Aunque su inmovilidad desapareció, todavía se sentía dominado por la sensación escalofriante. Percibió que estaba en un vacío. Se mantenía firme y, sin embargo, no parecía que estuviera permaneciendo sobre un suelo. Tampoco había nada a su alrededor; al menos, eso era lo que captaba su vista. Sin pensarlo más, comenzó a caminar por aquella oscuridad infinita, sin saber dónde se encontraba ni tener fijado un lugar de destino concreto.
— ¿Será este sitio tan sombrío el cielo? —se preguntó.
—Me temo que no. Qué ingenuo… ¿Acaso esperabas un paraíso? —respondió la voz resonante.
— ¿Quién eres? —preguntó el afligido, un poco molesto.
—No soy nadie —contestó el ente con firmeza—. Igual que tú.
Antes de que se percatara, alguien con vestiduras negras cuyo rostro cubría una capucha se plantó delante suyo.

Ursula M. A.
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