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- publicado el 04/01/2014
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Caminaba en rectángulos concéntricos entre multitudes eternas, nunca supo si llegó ahí a través de aprender pasos de ballet o mirando los puntos de células muertas de sus ojos en el silencio autodenominado de sus días.
Su cerebro conectó a tierra y despertó.
¿Que será esto?_ se preguntó mientras veía el marco escrito en su pecho.
Martín Robledo, minero_ decía el cartel.
Todos los demás navegaban en sus propios rectángulos, ajenos a lo que a él lo angustiaba, trató de hablarles pero nadie respondió, su voz rebotaba en el rectángulo exterior de cada uno de los ajetreados personajes que compartían este nuevo universo.
Único_ dijo.
¡Soy único!_ repitió
¡Soy único!_ dijeron casi al unísono todos los demás, ensimismados en su propia auto existencia.
Dio unos pasos y se sintió audaz.
¡Corre!_ le dijo una voz.
Obedeció sin pensarlo.
Corrió, corrió más. Se sintió libre. Miró a los otros que pasaban caminando a su lado.
¡Libertad!_ les gritó. Lo ignoraron.
Con dificultad se arrancó el cartel del pecho, borró su nombre y reescribió: Derechos Civiles.
Una vez más lo ignoraron.
Detuvo su alocada carrera y sintió pena de su compartida soledad, lo abrumó la ira y blasfemó, no lo escucharon, ajenos a su ira y a su pena, en su propio rectángulo, en su propia ira, en su propia pena.
¿Martín Robledo, minero, número veinticinco millones cuarenta y dos mil doscientos veinte?_ preguntó la voz sin esperar respuesta.
Ha estado tratando de exigir derechos, queda usted eliminado del juego por actos de subversión_ dijo la voz a modo de sentencia.
Apague la computadora_ ordenó la inflexible voz.
La apagó.
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Si algún dia estás conectado a la red, jugando a minecraft, a lo mejor te detona una idea sobre la libertad.