M.G.
- publicado el 07/03/2014
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Pesadillas
Hola Ernesto.
Espero que hayas recibido correctamente el paquete. Lamentaría profundamente que se hubiera roto por el camino, aunque creo que he tomado todas las precauciones posibles para que te llegara en perfecto estado.
Sé que es tu favorito. ¿Qué cómo lo sé? No ha resultado muy difícil averiguarlo y tampoco quiero aburrirte contándotelo. Prefiero contarte otra historia. Seguro que lo recuerdas.
¿Recuerdas las carreras de bici en el barrio?
¡Cómo nos lo pasábamos! La inocencia todavía no nos había abandonado a casi todos.
Después del colegio cogíamos la bici y corríamos y corríamos hasta que el sol se ponía o hasta que el sonido de la voz de nuestra madre surgía de entre la algarabía infantil del parque reclamando nuestra vuelta.
¡Pero qué carreras! Las bicicletas eran máquinas que alcanzaban velocidades increíbles. En esas cuestas disfrutábamos como nunca. Eran los mejores lugares para demostrar la valentía frente a las muchachas. Correr a tope y bajar a todo trapo por aquellas rampas. A veces aquellos actos de valor se llenaban de codos y rodillas raspadas, de marcas en la cara y mercromina a raudales durante algunas semanas. Pero era el precio que los héroes voladores teníamos que pagar para tener una infancia de absoluta felicidad. Era la marca de los guerreros intrépidos.
Hasta que todo se torció, y apareció aquel que venía dispuesto a llenar los sueños de espantosas pesadillas. Aquel que, queriéndolo o no, marcó una vida.
Todavía lo estoy viendo. Una carrera al mejor de tres vueltas. El primero en cruzar la meta señalada con piedras blancas ganaba. El sol escondiéndose lentamente más allá de los edificios. El cielo rojo azulado. La madre a punto de entonar su particular llamada al hijo. La última vuelta pasando por el solar. La parada imprevista. El desconcierto por la parada imprevista. La luz que se hace más sombría. La bici azul que para porque lo ha hecho la bici negra. La pregunta incomprensible. La mirada cómplice. La bragueta que se baja. La proposición. Quizás la negación. El terror, el más absoluto y espantoso terror. La amenaza. La humillación de la aceptación.
Después correr y correr hasta la madre. Lleno de vergüenza.
Y callar. Y contener la desesperación y buscar el refugio de la cama. Los gritos en la mente. Las lágrimas ahogando el silencio de una habitación oscura. La pesadilla, las pesadillas, las miles de pesadillas que seguirían a la primera. El mundo que se vuelve terrible durante años. Una vida truncada, acabada desde muy temprano; casi desde el principio. Seguro que te acuerdas de todo.
¿Te dan escalofríos? ¿Sientes náuseas? Seguro que sí. No, no es el vino, ahí no lo he puesto. Pero puedes beber si quieres. Es un buen vino. Ideal para una despedida.
Sí, ahora lo ves. Es la carta. Está en la carta.
Adiós.
- Pesadillas - 31/03/2014
- La Verdad - 10/01/2014