El inspector (III): El crimen de la ópera

Capítulo I: El Inspector

Capítulo II: El diario

 

 

Capítulo III. El crimen de la ópera

 

Tibault es un carnicero.

Definitivamente, carece de cualquier sentido estético. Ha imitado el asesinato de la ópera con intención de provocarme, pero no ha cuidado ninguno de los detalles que guardaba la perfección de la primera composición. Cuando llegué a la escena vi perfectamente su intención, dibujada toscamente, sin ninguna noción de belleza. El resto de los policías se agitan nerviosos, comentan, corretean de un lado para otro augurando que va a haber una cadena de asesinatos similares. No les saco de su error pero pienso en qué les importará cuántas víctimas o de qué manera mueren si no saben distinguir un corte diagonal de uno oblicuo en el cuello, si no distinguen una fotografía en sepia de una blanco y negro. La muerte de esta chica no es trascendental, lo importante es la escena que ha dejado.

Me preocupa como a todos, no obstante, el cadáver, aunque no por su muerte sino por su forma de morir. Sabía que este asesinato se produciría, quizá podría haberlo evitado poniendo sobre aviso a mis compañeros, pero esperaba que aportara alguna prueba de la identidad del criminal. Esta vez ha sido Tibault, no cabe duda, y no ha sido tan listo como se cree.

Para matar a la joven durmiente, en este caso, el tajo ha sido correcto, pero no virtuoso. Irregular a lo largo de la carótida. El arma homicida, un bisturí de cirujano, de cuatro centímetros de hoja. Podría haber usado una alabarda, igualmente, por la forma del corte. Había temblor en sus manos y no la precisión a la que nos tiene acostumbrados. Mis compañeros sólo ven la línea recta que asciende a lo largo del cuello y no perciben los pequeños jirones de piel que se pegan sobre la herida. El corte fue realizado lentamente, con exceso de precaución, con incomodidad. No cabe otra explicación que pensar que no se sentía satisfecho con el asesinato o con la forma elegida para cometerlo.

Ha guardado correctamente la iluminación de la habitación, como un copista, pero no ha sabido captar los detalles que realmente crean una memoria artística. El tul filtra los rayos el exterior. No obstante, los tonos sepia que confieren las cortinas echadas con la luz entrante del Sol resultan violados por las uñas de los pies de la chica. Tiene pintadas dos pequeñas margaritas rosas en cada uno de sus dedos gordos. La elección de la víctima no ha sido meditada sino que ha sido una respuesta rápida y fácil. Una prostituta o una universitaria, probablemente ebrias o drogadas. Me inclino por la opción de la estudiante pues aún tiene restos de tinta azul en el lateral de la mano izquierda.

La joven es llamativa pero su belleza no habría permanecido en su madurez. Sus labios forman un arco perfecto justo por debajo de la nariz. El tono del carmín escogido es más claro, más fresco que el de la escena de la ópera, más infantil. Realza su juventud, su aspecto de ninfa, pero no presta ningún tipo de notoriedad a la composición, la hace fugaz y olvidable. La nariz de la chica es respingona y acentúa la carnosidad de sus labios, sin embargo, me lleva a pensar en una voz aguda, más chirriante que potente, sin poder para hacer estremecer un auditorio. En lugar de una diva melódica ha escogido a una lolita del pop. Si su intención con estos detalles es provocarme, lo desconozco, pero ha hecho justo lo que esperaba. Tras ver el asesinato de la ópera, se ha percatado del reto que significaba y ha contestado como correspondía. Ahora sé que ha entrado al juego y, donde se piensa cazador, será mi presa.

Hoy, por fin, he percibido la que quizá es la primera pista válida sobre Tibault. El resto de la habitación está pulcramente limpia, como corresponde a la fama del asesino, pero en la pared del lateral del cuarto, justo por encima del embellecedor, he encontrado la huella desdibujada del tacón de un zapato castellano. No se lo he comentado a nadie, no porque le haya restado importancia sino porque he decidido apropiarme de esta investigación. De acuerdo con la posición vertical respecto al suelo, pareciera que alguien se ha quedado observando la escena después del crimen, quizá para comprobar la precisión de su zafia copia.

Estoy muy excitado y la idea de una trampa apenas se insinúa en mi pensamiento. La huella es un error humano, que encaja perfectamente con la imprecisión del trazo, junto con los pies descuidados y el error en la elección de la musa. Mi objetivo ya no es sólo detener la consecución de los crímenes de Tibault. Para mí, ahora, nuestra lucha también trata sobre el arte.

khajine
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