La escalera de piedra

Un solitario hombre cabalgaba por el páramo. Enfrente de él, se perfilaba la silueta de un cañón envuelto en niebla. Más allá, en las lejanas cimas; el sol empezaba a nacer.

El hombre bajó del caballo y pisó la tierra húmeda bajo sus pies. Se detuvo un momento a inspirar el aroma a lluvia. Sintió el aire frío y fresco de la mañana.

Se acercó al cañón y miró abajo. La bruma lo llenaba completo, como si de un recipiente gigantesco se tratara. Su caballo relinchó suavemente, y en los árboles respondió un ave con su canto.

El hombre se agachó y recogió un guijarro. Húmedo por la lluvia y cubierto de lodo. Antes de lanzarlo, el hombre se acercó el guijarro a la boca y olió la tierra. Tierra buena y fértil pensó. Alzó la mano y lo dejó caer hacia las profundidades desconocidas del cañón.

Aguzó el oído y creyó oír el rumor de un río que discurría más abajo. Pasó medio minuto, o incluso más antes de que oyera el sonido de la piedra. Entonces sonrió. Iba por buen camino. Se montó en su caballo y partió al galope alejándose del borde. Sabía que no tardaría en encontrar una milenaria escalera de piedra. Sabía que estaba en el lugar correcto.

Arturo Vallejo Toledo
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