Cicatrices interiores

Como cada viernes, me encontraba en la barra del bar. Allí esperaba a mis amigos mientras tomaba una copa. A mi lado había un tipo de unos cincuenta años, al que conocía de vista por encontrármelo en el local. Su estilo era juvenil, con esos vaqueros y esa camiseta que llevaba impreso el nombre de un grupo de rock.

El desconocido tenía todas las papeletas para ser un tipo solitario. Por su comportamiento y la pequeña cicatriz en su mejilla izquierda, pensé que era una persona libre, aunque algo triste, como si llevara la carga de alguna desgracia vivida. Nunca me habían hablado de él, así que no sabía nada de su pasado.

— ¿Hoy estás solo? —me preguntó.

—Sí… Pero mis amigos vendrán pronto.

—¡Ah! —y tras mirarme atentamente añadió:— Procura no perderlos. Y, si los perdieras, aprovecha mientras tanto.

—Gracias.

Bebí de improviso con tal de no sentirme abochornado. Casi acabé mi copa del tirón. Ya que se dispuso a hablar conmigo, traté de continuar la conversación.

—Y… Bueno, ¿no tiene pareja o algo así?

—Jajaja no querrás conmigo, ¿eh? Era broma, me has caído bien. ¡Pues no! Pero he tenido alguna. Las mujeres no me entienden… O quizás sea yo. ¡Y he sufrido mucho! Es una cicatriz peor de la que tengo aquí.

Tras escuchar esas palabras, le pregunté si aún querría que hubiera una mujer en su vida. Él contestó sin vacilar.

— ¡Desde luego! Pero, ¿sabes qué? Eso nunca ocurrirá.

Ursula M. A.
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