ANTIGUA – Un Día Después del Salto. 26 de Julio (2ª de 3)

En definitiva, que íbamos camino del metro, cuando de repente todo se puso negro. Cuando digo que todo estaba en negro, me refiero a que no veía nada. Miré a mi alrededor y no podía ver nada, ni a Jolín, ni los árboles, ni la acera, ni la carretera, ni el profesor, ni Lidia la friki. Me había quedado completamente ciego. Instintivamente, grité y me agaché. Estaba muerto de miedo. Recuerdo la sensación de cerrar y abrir los ojos, y percibir lo mismo. El sudor helado que me recorría la espalda me provocó un escalofrío. Grité. Grité y no oí respuesta. Es más, no oía ni mi voz, ni los pájaros, ni los coches. Seguía agachado y estiré mi brazo hacia donde intuí que estaba Jolín. Palpé su pelo. Jolín estaba, como yo, agachado, o si no, no hubiera tocado su cabeza sino su cintura. Me acerqué a él y nos juntamos, sentados en el suelo, todo lo que pudimos. Sentí su mano temblorosa intentando agarrar la mía. La cogí con fuerza, aunque yo también estaba temblando, de puro pánico. Puse mi otra mano en el suelo y palpé lo que me pareció hierba, o hierbajos, más bien. Me pareció extraño, pues juraría que estábamos caminando por la acera. Al cabo de un segundo, mi vista y mi oído volvieron.

Lo primero que vi fue la cabeza de Jolín. Su denso pelo negro y su mirada perdida. Miré nuestras manos, que seguían agarradas y nos soltamos de inmediato. Ambos estábamos muy alterados, y el corazón se me iba a salir del pecho. Estaba sudando copiosamente y con el reverso de la mano me intenté quitar la humedad de la frente.

–¿¡Qué ha pasado!? –grité.

Jolín empezó a gritarme en una mezcla de chino, inglés y español. Como yo, estaba muy alterado, pero en seguida se calló. Los dos lo hicimos, y nos levantamos lentamente. A mi alrededor, excluyendo a Jolín, todo eran arbustos y encinas. No sé cómo, pero no estábamos en Ciudad Universitaria. Jolín empezó otra vez a blasfemar, supongo que en chino.

–Jolín –le dije, con voz temblorosa– ¡Jolín! ¡Escúchame! –ante mi insistencia, ahora más firme, decidió callarse, y me miraba con miedo. Yo también estaba aterrado.

–¿Dónde estamos, Vicen? ¡Dónde estamos, por Dios! –exclamó, agarrándome de las mangas.

–¡No lo sé! ¡No sé qué es esto! –contesté soltándome, y girando sobre mis talones, me pregunté–: ¿Dónde coño…?

–¡Mira! –exclamó Jolín, señalando hacia un arbusto de mi izquierda.

El arbusto estaba agitándose, y de él una cabeza emergió, seguida de un cuerpo menudo, de uniforme. Era uno de los bedeles de la facultad. Y es una de las personas que descansan a mi lado en este momento. Como he dicho no recuerdo bien su nombre, en parte porque es uno de esos nombres antiguos que ya sólo se oyen en los pueblos. Algo como Eugesio u Octavio.

Eugesio, u Octavio, es bajito, menudo, de pelo tupido y blanco, y rondará los sesenta años. Aunque esté mal decirlo, tiene cara de tener muy pocas luces, pero las apariencias siempre engañan.

–¡Chavales! –dijo, saliendo del arbusto– ¿Estáis bien?

–¡Ah! –gritó Jolín, saltando tras de mí. Se le notaba bastante alterado aún.

–¡Usted! –exclamé yo–. ¿Cómo ha llegado hasta aquí? ¿Dónde se supone que estamos?

–Tranquilos, tranquilos, chavales. Me llamo Eugesio, u Octavio, soy bedel de la facultad de Físicas.

–Sí, sí, nosotros somos alumnos. Le conocemos de vista. Pero, ¿dónde estamos, por Dios?

–¡Puf! Pues la verdad –dijo mientras se llevaba una mano tras la cabeza– no tengo ni idea. Llevo un par de horas dando vueltas por aquí.

–¡Un par de horas! –grito al viento Jolín.

–Oiga –dije yo al bedel–, nosotros hace apenas unos minutos que nos hemos quedado literalmente a ciegas, y hemos aparecido aquí, y no sabemos dónde se supone que estamos.

–Pues mira chico, la verdad es que se parece mucho a la Casa de Campo. Deberíamos ver algún camino, supongo. Aunque en el rato que llevo aquí no he visto más que encinas y liebres.

Inmediatamente, cortando al bedel, me llevé la mano al bolsillo. ¡Tenía mi móvil! Lo saqué y comprobé que estaba sin cobertura. Jolín también miraba el suyo con cara de desamparo.

–El mío tampoco funciona –dijo tranquilamente el bedel–. Debemos de estar en una zona sin cobertura, chaval. Lo mejor será que caminemos para buscar un camino o a alguien. Bueno, ¿y cómo os llamáis? ¿Decís que sois de la facultad? Pues no me sonáis nada.

–Eh… –dudé ante la falta de alarmismo del pequeño hombre– Bueno, yo me llamo Vicente, y éste –señalé a Jolín– es Chon. Los dos estudiamos Física.

–Bueno, pues encantado.

Y nos sacudió la mano a ambos. Acto seguido, nos dijo que debíamos buscar un camino, y que como fuera que acabáramos allí, no debería ser muy difícil salir. Mientras andábamos, esquivando ramas y sorteando arbustos, no pude evitar pensar en toda la situación. En porqué Eugesio u Octavio llevaba más de dos horas donde nosotros sólo estábamos desde pocos minutos antes. En dónde se supone que estaríamos, pues a mí no me cabía, ni me cabe, duda de que este lugar no es la Casa de Campo. Al menos tenía mi mochila con mis cosas y mi móvil, aunque por el momento no había logrado conseguir cobertura, por mucho que agité y apagué y encendí el teléfono.

Yizeh. 2009

Yizeh Castejón
Últimas entradas de Yizeh Castejón (ver todo)

4 Comentarios

  1. Oskar dice:

    ¡¡Eh, Lascivo!! ¿Me recuerdas?
    No te he podido comentar estos nuevos relatos hasta ahora…pero aquí estoy.
    Bueno, pues me gusta y tiene algunas frases y algunas descripciones muy originales…
    Ha cambiado mucho el relato de un capítulo a otro, ¿no?
    Sigue escribiendo. 🙂
    Óskar.

  2. Lascivo dice:

    En principio la escritura va a ser muy cambiante. Supongo que así sería el diario de alguien que vive estas experiencias.
    Muchas gracias;)

  3. ameliemelon dice:

    la verdad es que no me parece que el formato sea de diario. puede que en las siguientes partes eso cambie. asi que espero leer algo mas pronto!
    que se pone interesante!

  4. LBD dice:

    «Gritó», zopenco.
    Que no, grito ¡zopenco!

Deja un comentario

Tu dirección de email no será publicada