Tortura anticafeína

Despuntó el alba. Iba a ser un día normal, pero se quedó sorprendido al descubrir que no quedaba café en el armario de la cocina. Debió creer que el día anterior le quedaba un poco, ya que un olvido lo tiene cualquiera. Se arregló y bajó para ir a la tienda de la esquina. Al preguntar en el establecimiento, se preguntó por dentro si el mundo estaba contra él o realmente estaba durmiendo todavía. Sólo quería comprar un paquete o dos pero… ¡No quedaban existencias! Enseguida salió del local para dirigirse al bar más cercano.

Para él estaba siendo el peor día de su vida, y eso que sólo eran las 8 y cuarto de la mañana. Como no había desayunado nada, se sentía como si no hubiera ayunado por 2 ó 3 días. Empezaba a desesperarse por no haber tomado una simple taza de café solo. Al llegar al bar vio que su problema iba de mal en peor: ¡¡Tampoco había café!! La barra estaba repleta de clientes que se quejaban con dureza.

Salir de allí fue como huir de una habitación llena de tigres. Acabó con varios rasguños en la cara y con su camisa desgarrada por todas partes. Tenía sueño, dolor físico, rabia, impotencia… Nunca había sentido varias emociones al mismo tiempo. Probó suerte con una amplia cafetería de aspecto acogedor, pero enseguida le echaron. Por su aspecto le tomaron por un mendigo. Le faltaban las fuerzas, iba a llegar tarde al trabajo, se le saltaron las lágrimas… ¡Ya no podía más! Gritó con las últimas fuerzas que le quedaban, apagándose su voz poco a poco.

— ¡¡Por favor!! Sólo quiero una taza de cafééééeeeee….

El infeliz, dejado de caer en la puerta de cristal, cayó paulatinamente al suelo. Se quedó tumbado como si hubiera muerto. Mientras tanto, alguien avisó de los hechos por teléfono a un psiquiátrico.

Ursula M. A.
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