En Vías de Putrefacción #3
- publicado el 29/08/2008
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Recuerdos de familia capítulo 2: Roberto Y Eddie
Y ese “algo” más que Eduardo le vio a Roberto cuando llegó a su casa eran las ansias que tenia Roberto de contar su historia. “A mí, solo a mí”, pensó Eddie.
Roberto empezó su historia en la noche del martes –ese martes en el que estaba tan feliz trabajando en el jardin–. “Eddie eran como otras personas…” refiriéndose a su esposa y a su hija. Parpadeo varias veces para detener las lagrimas que asomaban a sus ojos. “fui un tonto. Dijeron que se habían ido de vacaciones y yo les creí Eddie, yo…”. Eddie le dijo que se tranquilizara, que no era ningún tonto. Roberto se tranquilizo, y continuó: a la medianoche (exactamente a la medianoche) escuchó ruidos de pasos en el piso inferior y como padre con una familia que cuidar se levantó de la cama y corrió tan rápido como pudo hacia la sala dispuesto a hacer frente a cualquier ladrón. Cuando llegó a la sala encontró algo peor que un ladrón…
–Eran fantasmas Eddie.
Esa increíble, pero corta historia, había tomado una hora para ser contada por Roberto. Eduardo guardó silencio pensando como era posible que Roberto hubiese olvidado que su esposa y su hija habían muerto. Más importante estaba pensando de qué forma podría decírselo sin que Roberto sufriera una crisis nerviosa. Pensando…
–Eddie, que tal un trago ¿eh? –dijo Roberto de repente sacando a Eddie de sus pensamientos–. Lo que voy a contarte ahora es difícil de creer, yo todavía no termino de creerlo, pero necesito que me creas. ¿Me creerás, Eddie?
–Sí, claro que te creeré Roberto –accedio Eduardo tratando se sonar convincente.
Justo en el momento en que Roberto le pidió que le creyera Eddie se dio cuenta de que debía detener a Roberto y llevarlo al manicomio. Se imaginaba a Roberto siendo arrastrado a una camioneta blanca por hombres vestidos de blanco, Roberto luchaba y gritaba que lo soltaran desgraciados.
“No, no podría hacerle eso”, pensó Eddie eliminando de su mente la imagen de Roberto en un cuarto acolchado luchando para soltarse de la camisa de fuerza. Así que simplemente saco una botella de whisky y un vaso de un armario de la cocina y los puso frente a Roberto. Roberto se sirvió un poco y se lo tomo de un trago sin cambiar su expresión. Después se recostó pesadamente en el sillón como un viejo cansado –parecía unos diez años mayor de lo que realmente era– y fijo sus grandes ojos azules en los de Eddie…
Afuera los animales del vecindario (de los insectos en el césped hasta los perros y gatos) Empezaron simultáneamente un atropellado concierto de ladridos, maullidos y muchos otros sonidos que hicieron que el vaso de whisky que acababa de servirse tambaleara en las manos de Eduardo. El ominoso concierto de lamentos de los animales duró menos de un minuto del vecindario, terminó tan repentinamente como había empezado.
–Bien, ahí voy –Roberto se levantó del sillón de un salto mostrando una agilidad que parecería imposible en un hombre que se veía tan cansado y empezó a caminar de un lado a otro de la habitación. Eddie noto que tenía los ojos muy abiertos y vidriosos. Parecía un venado repentinamente iluminado por la las luces de un coche. “Un animalillo a punto de perder la cordura”, pensó Eddie–. Lo que voy a contarte esta relacionado con Marta y Elisa. No, con esos fantasmas –se corrigió inmediatamente–. ¿Te acuerdas Eddie, de los fantasmas?
Eduardo se seguía debatiendo decirle a Roberto que se detuviera, que toda la historia era una locura. Que Elisa y Marta estaban muertas. ¿Te acuerdas Roberto? Sin embargo, había una voz, muy profundo en su mente (quizá en su subconsciente o inconciente) que le decía, o mejor dicho le susurraba que debía creerle a Roberto. Que la solución al problema, si es que había uno, estaba en escuchar… y ayudar. “Cállate, soy un hombre racional”, le grito a ese susurro inconciente la voz de conciente de Eddie, aunque vacilante. Como cediendo terreno.
Mientras tanto Roberto terminaba su tercer vaso de whisky sin apartar sus enrojecidos ojos (parte culpa del whisky, parte culpa del insomnio) de los Eddie, perspicaces a pesar de lo cansado que se veía su dueño. Esos ojos…
De repente Eddie no pudo más y simplemente habló. Su cerebro y su boca se separaron como amantes después de la ruptura, y cada quien por su lado. “Roberto también debe escuchar”, se dijo a sí mismo.
–Roberto… –sintió la garganta tan seca como el desierto. Primero se tomo un trago de whisky– Marta y Elisa, tu familia, están muertas– la delicadeza y el susurro en su cabeza totalmente olvidados– no podía soportar que verte así Roberto. Tienes que superarlo. Yo te ayudaré…
Roberto miró a Eddie boquiabierto y con los ojos como platos por unos treinta segundos que parecieron horas. Eddie pensó en preguntarle a Roberto si estaba bien, pero decidió que seria la pregunta más pueril en esta situación.
–¿Muertas? –susurró Roberto llevándose las manos a la cara. Lagrimas se abrieron paso entre sus dedos y cayeron en su regazo. Esta vez no pudo tranquilizarse.
–Sí Rober… –no pudo terminar. Sentía de repente un nudo en la garganta y su visión se empaño por las lagrimas que colgaban se sus ojos.
Pasaron sin hablar por quizás unos una media hora (la media hora más larga de la historia pensaría Eddie después de sobrevivir a la casa de Roberto). Finalmente Roberto rompió el silencio.
–Eso significa que la voz de mis sueños no mentía –se quitó la manos de la cara con parsimoniosa lentitud. Su voz empezaba a teñirse de una ira que Eddie nunca había escuchado antes en su voz –. Esos malditos fantasmas las mataron Eddie. Para tomar sus lugares. Ellos…
–Roberto, ¿de que hablas?
–No hay tiempo para explicaciones ni para llorar Eddie, hay que actuar –el cansancio y el abatimiento con los que había llegado a la casa de Eddie habían sido reemplazados por una fiera determinación que asustó a Eddie mas que las lagrimas y la tristeza. “Se quiere suicidar”, fue lo primero que pensó Eddie –. ¿Y bien? ¿Me ayudaras? Apresúrate. Ya es medianoche.
–¿Qué dices Roberto? ¿Que te ayude? No se…
Súbitamente empezaron de nuevo los aullidos. Pero eddie notó algo extraño en esos aullidos. “No son perro ni gatos Eddie, susurró la voz inconciente, !apresúrate!
Roberto también lo escuchó y se dirigió hacia la puerta de enfrente a una velocidad inesperada en un hombre de su tamaño. Abrió la puerta con fuerza suficiente como para hacer chirriar las bisagras de la puerta y salió. Esa sería la última vez que estaría en la casa de Eddie.
“!!!Síguelo!!!, grito la voz de su inconciente. Eddie obedeció sin pensar.
Sí, ya era medianoche.
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Pueden ver la primera parte en mi pefil de escritor
Disfrutenlo!