Golpe momentáneo

Aunque el golpe en la ventanilla fue momentáneo, a Lorena le pareció que el tiempo se había ralentizado. Dado que no había un alma en la calle, el estruendo no produjo alboroto alguno. Realmente no estaba siendo una plácida tarde para ella, pues se encontró en apuros cuando menos lo esperaba. Enseguida pensó en escapar por el otro lado del vehículo. No obstante, por muy acelerado que tuviera el pulso, su cuerpo era incapaz de responder a sus deseos.
Muerta de miedo, se limitó a mirar el rostro de la persona que irrumpió drásticamente en su vida. Observó que era un varón de constitución robusta, calvo y con una nube en uno de sus ojos. El hombre corpulento abrió sin miramientos la puerta del coche y se dispuso a sacar a Laura al exterior. «¿Pero qué haces, Mario? ¡Suéltame!» Un impulso hizo que la atormentada mujer dijese estas palabras. Pero todo fue en vano, ya que actuaba más que hablaba.
Lorena vio desde la acera a Mario recogiendo las pertenencias que había en el interior. Después, su protector la agarró de un brazo, obligándola a correr calle abajo. Sus labios de carmín no volvieron a articular palabra. Ella no entendía en absoluto lo que estaba pasando, pero sintió que debía de alejarse lo más pronto posible. ¿A qué se debería tanta prisa? ¿Alguien les perseguía? Para ella todo era incertidumbre y el temor disparaba su adrenalina.
En un santiamén llegaron a la esquina, sucediendo algo que quedaría para siempre marcado en las memorias de Laura. Nunca se imaginó que su auto quedaría convertido en mil pedazos en cuestión de un instante.
El sonido de la explosión llegó a imponer en toda la calle. Presa de la inseguridad, no vaciló en taparse los oídos. Lo hizo más por miedo que por el dolor que llegan a provocar esa clase de estrépitos. Alguien que tendría algo contra ella había colocado una bomba lapa en el coche de la chica. En ese momento, entendió por qué le rompió el cristal de la ventanilla. El corpulento hombre acababa de salvarle la vida. Lorena se sintió entonces muy vulnerable y desdichada. Y, viendo a un grupo de gente sorprendida por el suceso, comenzó a llorar desconsoladamente.

Ursula M. A.
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